viernes, 18 de septiembre de 2009

La Flor del Mal. Celia Parriego.

Para Teresa, que en tus sueños y anhelos encuentres la luz que mira hacia la vida. No te imagines un mundo mejor, porque sino, no ves lo bello que hay en este. Por muy escaso que sea recuerda que yo jamás me iría sin llevarme conmigo las cosas más preciadas que tengo y tendré. Y debo decirte que una de esas cosas eres tú.

Con cariño.

Celia Parriego





Mi pelo negro y sedoso lucía una brillantez inigualable. El vestido color rojo rubí bailaba con la canción, y la música moldeaba mi cuerpo creando expectación entre el público. Oí el sonido que provocaba el contacto de las manos de muchas personas marcando el ritmo.
-¡Qué viva la Flor del mal!-coreaban al unísono.
Les miré con mis ojos color verde otoñal, y les confié una de mis más hermosas sonrisas.
Ésta era mi vida.


Tras un duro día de trabajo en el teatro, caminé -como cada día por la noche- hacia un plácido manantial cercano a mi hogar. Unos hombres fornidos y con gran talento en la lucha, mantenían un profundo silencio detrás de mí. Eran mis guardaespaldas desde hacía unos cinco años, cuando yo, a mi decimoquinta primavera vivida, comencé en el mundo del espectáculo. En aquella época, había que tener mucho cuidado, sobre todo en este oscuro bosque, donde la oscuridad se mantenía, ya fuese de día o de noche, ocultando los misterios de la naturaleza y lo hermoso de la vida. Más para mí, pues era joven, hermosa, admirada y conocida por todos.

Me dejaron intimidad, y me sumergí en las aguas diáfanas que reflejaban la luminosidad y tristeza de la luna. Después de quitarme el pesado vestido. Alcé la vista y, en una de las ramas de un árbol de hoja caduca, divisé una mugrienta mochila y ropa de viaje.

-No me gusta compartir las aguas con extraños.- Dijo una dulce, musical y sobrecogedora voz en tono bajo.

Me sorprendió un joven de unos años mayor que yo. Era bellísimo. Cabello rubio intenso y ojos azules que, aún estando en la mismísima oscuridad, resaltaban en las sobras de los frondosos árboles que amenazaban con sepultarnos en la tierra; aunque yo tenía la certeza de que aquello no ocurriría porque ya consideraba a la flora y fauna de aquel lugar mi amiga silenciosa y reconfortante.

-No era mi intención molestarle - Susurré aún alarmada y sorprendentemente tranquila.



Desde aquel momento entablamos una conversación en la que nos descubrimos mutuamente. Y, rápidamente, nos hicimos amigos en pocos días, en los que él siempre se iba con el sol, y yo me quedaba fría y solitaria, pero no por la ausencia del calor del sol, ni por la incertidumbre que dejaba éste, sino por las despedidas de caricias, palabras, sueños que se deshacían con la suavidad de los intensos colores del crepúsculo, y que en mí sólo dejaban un templo perfecto pero vacío.

Era diferente a los demás, y eso me encantaba ya que todos se regían por las mismas normas, mientras que él dibujaba y desdibujaba las suyas.

Se llamaba Gabriel, y yo pensé: nombre de ángel, rostro de ángel, y no pude evitar preguntar:

- ¿Eres un ángel?
- No puedo serlo.- Respondió con tristeza y tirantez. - Ten
go que irme. Ha sido un placer, mi amor. - Me besó la mano con sus fríos y suaves labios.

Yo le insistí en que se quedara, pero él se apartó de mí bruscamente y mostró sus dientes. Los dientes de un vampiro. Entonces lo comprendí: él no quería arrebatarme mi humanidad.

La oscuridad de la noche ocultó la silueta de mi amado. Sin dudarlo, cogí una mochila que tenía escondida por precaución, con comida, dinero y ropas, y me puse en marcha a pesar de la osadía que estaba cometiendo, y del retumbar de mi acelerado y pobre corazón.



Al cabo de unos años la desesperación, la angustia, la tristeza, y el vacío que había dejado Gabriel en mi interior me inundaron, y empecé a preguntar a los habitantes de los pueblos si conocían o habían visto a un vampiro llamado Gabriel. Pero me tomaron por bruja o loca, y no dudaron en darme caza y atarme a un oscuro y rasposo árbol clavado en el suelo, que en esos momentos lo representaba en mi mente como si fuese la llave del infierno; con pajas debajo, las cuales recordaban los cabellos de los difuntos que en paz descansan.

En esos momentos encontré mi paz interior entre, lo que a mí respecta, eran las llamas del infierno y la malicia de Lucifer. Me sentía libre, libre como lo hubo estado aquel que robó algo grande y pesado en mí. Entonces comprendí que estaba muriendo por una buena razón: por encontrar mi vida y mi corazón.

El fuego ya comenzaba a deshacer el bajo de mi vestido amarillo y rojo, cuando sentí algo frío, inmune a las llamas.

-Oh, mi amor, ¿qué te has hecho? - Dijo la angelical voz que tanto había esperado.

- Vaya... entonces, así es el cielo... -musité. Estaba muy confusa por el efecto atosigador del fuego, que iba agotando el incienso de la vida alrededor de mí. Él emitió una risita parecida al sonido que entonaban las flores cuando la brisa de verano las roza tenuemente. Me besó la frente, y noté una fuerte presión en mi cuello. Notaba la garganta seca y arenosa. Un dolor inmenso recorría mi cuerpo empapado en lágrimas y en sudor. Lamentaba que el aire que rozaba mi rostro ya careciera de sentido. Sabía que las puertas de la vida se cerraban para mí. Ya veía la Muerte vestida con un vaporoso traje creado con almas. Y, al fin, morí ... O eso creía yo.



Ilustración de Valle Camacho, incluída en el libro Logroño. Historia ilustrada de la ciudad.
Ediciones Emilianenses, 2004.



Me llamo Celia Parriego, pero suelo utilizar el seudónimo de Darshia. Soy de Zamora y tengo catorce años. Comencé mi afición por la escritura a los once años, gracias a algunos escritores que me engancharon a la lectura, destacando Laura Gallego García y Carlos Ruiz Zafón. A la misma edad también me aficioné al dibujo por otros autores e ilustradores como Victoria Francés y Cris Ortega. He participado en varios concursos de relatos cortos como el de Coca Cola 49º. Hago relatos cortos en clase de lengua que son bien valorados y por otra parte escribo por mi cuenta libros. En cuanto al dibujo de momento estoy perfeccionando mi técnica por mí misma fijándome en las ilustraciones de las antes nombradas.


2 comentarios:

Caco dijo...

Bravo.
Y sé que está muy feo juzgar a la gente por la edad, pero... ¡¿14 años?! ¡¡Ya quisieran muchos universitarios escribir la mitad de bien que usted!!

Anónimo dijo...

gracias,se que algunas personas pueden juzgarme y aludir que he podido tener ayuda o algo, pero estoy orgullosa de poder decir lo contrario, nunca he recibido ayuda, soy muy intima en estos aspectos, aunque siempre estoy dispuesta ha escuchar consejos y sugerencias =)

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