lunes, 18 de julio de 2011

Si me recuerdas. Jesús Cano.


Si me recuerdas…

Héctor visitó a su madre como cada sábado. Ella preparó una deliciosa comida, y observó con cariño cómo su hijo la disfrutaba.

- ¿No comes? – Preguntó este.

- No, hijo. Pensaba en tu hermano. ¿Qué estará haciendo?

- ¡Lo de siempre! Pensar en él y sólo en él. Desde que se marchó a América no ha venido ni una sola vez, y a pesar de tenerte olvidada, sigue siendo tu niño mimado.

- No empieces otra vez... Cómo le puedes tener tantos celos. Te tendrías que alegrar por Juan. ¡Si quisieras leer sus cartas!

- Pues que me escriba a mí...

- El trabajo no le puede ir mejor – Prosiguió la madre perdida en la ilusión.- Y tiene una novia preciosa... ¡Incluso se están mirando una casa!

- ¡Dejemos el tema, mamá!

- Pues compadécete un poco, bastante tubo con esa maldita enfermedad que lo dejó mudo... ¡Se merece toda la suerte del mundo!

- Eso no lo hace ser mejor persona. Son los actos los que nos definen, no nuestras taras.

Así transcurrieron los años; la madre siempre defendió y presumió de su hijo Juan. A pesar de que no la visitó jamás y sólo se preocupó de su propia y próspera vida... O, al menos, de eso lo acusaba Héctor.

Ya vencida por la edad, en la compañía de su celoso hijo, falleció pidiéndole que hiciera las paces con su hermano, y así se lo prometió a la madre.

En el entierro, Juan tampoco pudo venir. La mujer de Héctor se aproximó con deseos de consolarlo:

- Ya no será necesario que continúes con todo esto, cariño. – Aferró su hombro.

- Pienso seguir escribiendo esas cartas... Siento que así prolongo, en cierta manera, la vida de Juan. Y a ella... ¡La hacían tan feliz!

- El pobre. Murió a los tres meses de llegar a América. No pudieron solucionar allí su enfermedad. – Susurró la mujer como temiendo ser escuchada por la madre.

Y durante mucho tiempo, en cada cumpleaños de Juan, Héctor se acerca a la tumba de su madre para leerle la carta de su hijo pequeño. Se traga las lágrimas, no quiere que sospeche nada.

…Estaré





A young boy walks with a watering can into Waverley Cemetery in Sydney, Australia, in 1998.
Photo: Trent Parke/Magnum Photos

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