viernes, 20 de abril de 2018

Celulosa en matriz. Hilario Martínez


Blade Runner 2049. Denis Villeneuve, 2017



Has saltado a 2049. No es un estado, pero sí de algún modo otro espacio. Esperabas que todo fuera como en el 2019, ya se sabe: neones y puterío cyberpunk. Con embargo aquí -allí, entonces- todo es yermo. Sigue oliendo a níquel, óxido y madera de Tilo. Las notas suenan cayendo sobre un charco seco. “Transeúntas” las calles dentro de una tuba gigante, semiasfixiado por el humo y el ruido de los coches y la frialdad gris del granito. Creías conocer esa ciudad como visitante 6, y eres el penúltimo reestreno de ti mismo en una pantalla de cine sin sonido, antesala de un viejo teatro decimonónico. Has contemplado por segunda, tercera y cuarta vez la nieve en apenas un mes, y ahora ya ni un santaclaus, anónimo como tú, es capaz de deshelarte los ojos. El infierno auténtico no es cálido, sino glacial como el hada azul y gélido como los pies de un Cristo biomecánico. Sin embargo, desde este nuevo prisma, la pesadilla existencial y humanista que asolaba a tus antepasados es tenue y sorda. Ahora eres tú sin atrezo, sin efectos especiales sobre maquetas de cartón-piedra. Tu corazón es digital y sus aurículas y ventrículos dos enormes ceros cuyas arterias transportan unos hasta las yemas de tus dedos y de ahí, sietes en FilmAffinity.

No obstante, estás bien con todo eso. Has empezado ya a escudriñar auditivamente las notas de la ciudad; un concierto fáustico de cuencos tibetanos futuristas -incluso para 2049- te llama al interior de un local. La decoración es prácticamente nula. Las barras son de minibar de hotel -o autobar- y te sirves pagando con el nfc del móvil en un dispositivo con forma de celdilla etmoidal. Termina el concierto y nadie media palabra. Un deejay con peluca de Elvis se pincha un remember de tecno de los noventa. Todos hacen como que sienten la música desde el espinazo, tú te sientas en un sofá que da la espalda a una filmoteca extensísima y bizarra en deuvedé. De repente te viene un flash del letrero que colgaba medio apagado en la entrada: “Bar de copas y ficciones”. Te dispones a coger una edición coleccionista de Viaje a la luna que ni sabías que existía… y das un salto al vacío de la duermevela sobre tu cama. Miras el reloj del chino despertador, que no ha sonado. Por suerte es domingo y estás en el 2046.

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