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miércoles, 20 de mayo de 2020

Desde mi balcón. Pilar Uruñuela Aransay




La vida sigue su ritmo primaveral. Observo cómo los árboles han vestido sus galas. Todos menos tres que se muestran desnudos, sin escrúpulos. Igual es porque están en zona más sombría; mi visión de lejos no es muy buena. Sigo contemplando  mi calle. A la izquierda, en un balcón veo una pajarita metálica, solitaria. Una visión casi placentera si no fuese porque está clavada en una punta y no puede echar a volar.
Algo detiene mis pensamientos. Oigo el jolgorio de los niños, esa música que alegra el día. Saltan, gritan e incluso echan alguna carrera por las calles. Ajenos a las miradas de los mayores que desearían estar haciendo lo mismo. Sin importarles el qué dirán. Es su hora de salida. Mientras dure la pandemia, un virus marcará nuestro ritmo.
Desvío mi mirada hacia la derecha. La vecina del tercero está preparando su tortilla de patata, el olor inunda todo el bloque. Le gusta echar mucha cebolla e incluso añadir calabacín. Os puedo asegurar que está exquisita. Se mezcla con otros olores arbitrarios, como el del asfalto mojado por la lluvia. 
Y me detengo mirando al vacío, para recordar los paseos que dábamos por esta misma calle, sin importarnos el tiempo. Haciendo planes de: vacaciones,  piscina, terraza, cumpleaños, teatro, cine, proyectos literarios… Todo se ha ido a la deriva. Pero sé que esto será pasajero y volveremos a disfrutar de la vida al aire libre.
En este confinamiento nos ha pasado como a los árboles, muchos han florecido, otros se extinguieron demasiado pronto.



P.Ú.A / Mayo 2020

miércoles, 4 de abril de 2018

Cinéfilo. Pilar Uruñuela Aransay






Así le solían llamar, Cinéfilo. Seguí recreándome con su historia. Le gustaba disfrutar en las pequeñas salas de entonces y ver una película tras otra, sin mostrar el más mínimo cansancio; era su afición favorita. Como acomodador tuvo esa ventaja.
Entre batallas y batallas recordaba su viaje a París para ver lo que fue el primer estreno cinematográfico, en blanco y negro: La salida  de los obreros de la fábrica (Hnos. Lumière). Una pena, decía, esas películas sin color se destinaron más tarde a las de bajo presupuesto.
En otro apartado se entretuvo en mencionar, cómo fue evolucionando el cine al tecnicolor y por fin al color, aunque sin sonido. Uno de sus actores favoritos en cine mudo fue Charles Chaplin, sus gestos lo decían todo. Más tarde el cine digital, lanzando al aire las voces de los actores, marcó como grandes intérpretes a los Hnos. Marx, dentro del género cómico, que era el que más le gustaba. El séptimo arte tuvo su gran progreso, según Cinéfilo: en lenguaje, género…todo ello hizo que la gran pantalla siguiera embelesándole.
Pasó el tiempo y Cinéfilo con sus pequeños ahorros se convirtió en el dueño del local. Hacía sesiones de cine continuas, por las tardes; sabía que muchas de las parejas iban a “darse el lote” como se decía entonces, pero la mayoría se deleitaba viendo una y otra vez la misma película, por un módico precio; hasta la llegada del estreno, entonces esa tarde se hacía sesión doble, veían la antigua y la nueva.
La muerte le iba pisando los talones a Cinéfilo. Dejó el relevo a su  amigo Tomás. Este, muy entristecido por su pérdida, quiso seguir el legado y apostar por las grandes películas de entonces. Pero por avatares de la vida, el local donde trabajó Cinéfilo, durante muchos años, cerró. Pudo ver Tomás, en escaso tiempo, cómo la gente se entretenía de otra manera: existían las tablets y los móviles de última generación, los ordenadores  eran pequeñas pantallas donde las personas se olvidaban del tiempo y de sus amigos; las televisiones, de enormes dimensiones, invitaban a no moverse del hogar improvisando salas de cine caseras.

¡Si Cinéfilo levantase la cabeza! Todo había cambiado y Tomás tuvo que acoplarse a los tiempos que le tocaba vivir.

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