miércoles, 30 de septiembre de 2009

Machina. Fabio Nalda.


Fabio Nalda nació hace 21 años en Logroño(La Rioja), estudió ciencias de la salud en el instituto Tomás Mingot y comenzó una carrera de ingeniería electrónica que abandonó por estudiar diseño y adentrarse en el mundo de las artes. Ha sido aficionado al dibujo, los comics y la música desde muy pequeño, es guitarrista del grupo de rock Cero Coma desde hace 6 años y también acérrimo jugador de rol y videojuegos.

martes, 29 de septiembre de 2009

Puerta Abierta. Irene Velasco Sánchez.



Irene Velasco Sánchez, logroñesa, nació uno de los días más fríos de 1989 y actualmente estudia la Licenciatura de Administración y Dirección de Empresas en la UR. Dicen las malas lenguas "quien vale, vale, y quien no va a L.A.D.E", pero Irene vale, y mucho, y para constatarlo sólo es necesario visitar Boheme de la Vie.

lunes, 28 de septiembre de 2009

La habitacion roja #5



-Da la impresión de que la querías mucho…-, me dice desde detrás de una cortina de humo.

Hablamos acerca de Meri. Es su tema preferido. Me obliga a perderme en el pasado. A sufrir. En parte, me gusta. Quizá porque me recuerda que estoy vivo. Y que esto es importante.

Contesto.

-…nunca he vuelto a querer de esa manera, hubiera dado mi vida si ella me lo hubiera pedido.

Me duele. Me duele mucho pensar en Meri. Pero, quiero creer que es un dolor limitado. Autoprovocado.

Ella espera. Tiene tiempo. Sigue bebiendo Jb.

Me incorporo ligeramente. Me apoyo sobre un brazo. La observo.

Me devuelve la mirada. Distante. Calculadora. Celosa.

-¿La darías por mí?.

No respondo. Me limito a bajar la cabeza. Miro hacia el suelo. Hay algo de polvo y suciedad. Polvo y pelos de perro. Cosas intrascendentes. Pero, que forman parte de la habitación roja.

Espero. Me acurruco en el interior de mi cerebro.

-¿Quieres saber lo que pienso?

La escucho sin atreverme a mirarla. Soy consciente de que su siguiente paso será un ataque directo. Duro y directo. No sé que encuentra de atractivo en ello. Pero, siempre lo hace. Inevitablemente. Será que, a pesar de todo, empiezo a conocerla. Más allá de su fingimiento. De su máscara.

De su segunda piel.

-Me da la impresión de que siempre te ha gustado jugar el papel de mártir. Te han marcado a fuego el signo de la culpabilidad en el alma y todos tus intentos por desprenderte de ella han sido fracasos estrepitosos. Te has arrastrado, te has dejado humillar, ¡te dejas humillar continuamente!, ¿y a cambio de qué?... sigues con tu drama interior a cuestas porque nada ha cambiado. Sólo la persona ante la que inclinas la cabeza.

Da un trago. Siempre está dando tragos. Mira la botella. Su largo cuello verdoso. Lo acaricia. Gime. Alcohol. A veces pienso que ese es su verdadero dios, pero sé que es más complicado que eso. Más rebuscado. Más decadente.

Espero. Pienso. Le sigo el juego. Como siempre.

Es lo que ella desea que haga.

Es lo que ambos queremos.

-Cada persona es un mundo, cada persona es de una manera… todos somos diferentes…

Entonces, y sólo entonces, se dispara. Se lanza.

Hacia mí. A por mí.

-Pero tú eres demasiado negativo, no tienes ninguna iniciativa. Vives por y para mí, a través de mí. Tu vida no es más que una sombra de la mía. Empiezo a creer que no eras más que un parásito…-, vuelve a beber, eructa con estilo y, acto seguido, enmudece.

Observo su cuerpo mientras habla, mientras bebe.

Cuando estoy en la habitación roja su cuerpo se transforma en mi dios. En mi único dios. El dios de la nueva carne. De la atormentadora insaciabilidad sexual. De la fantasía. Del dolor.

Miedo.

Siempre lo mismo.

Me evado. No sé muy bien a causa de qué. Pero, lo cierto es que mi cerebro ahora ya está muy lejos. Infinitamente lejos.

Soy consciente, a pesar de ello, de que, en parte, tiene razón. Toda la razón. Y que, también en parte, está totalmente equivocada. Equivocada.

Atrapado. Estoy atrapado en la más absoluta ambigüedad. Y en los delirios. En las pesadillas. En el desenfreno. A un milímetro escaso de la enajenación mental permanente.




Hace frío.

Todo es blanco o, al menos, alguien simula que lo es.

La ventana. La bañera. Objetos familiares. Extraños.

Amenazadores.

Ella está apoyada contra una pared blanca.

Bragas negras. Sujetador negro. Pechos opulentos. Labios exageradamente rojos. Pelo teñido con el mal gusto habitual. Curiosos arañazos surcando su vientre liso. Justo por encima de la pequeña hendidura del ombligo.

Tiene los brazos por detrás de la espalda. Sé de inmediato que intenta ocultar algo. Algo peligroso. Demencial. Humillante. De fondo, suenan ladridos de perros.

Un portazo.

Súbitamente, la habitación se tiñe de rojo.

Me digo a mí mismo que sólo se trata de una pesadilla.

Los calmantes circulan por mis venas demasiado lentamente. En alguna parte de mi cuerpo, un semáforo se obstina en permanecer rojo. El verde da paso a la locura del sueño.

La bañera es roja ahora.

Tiene cuatro patas que se asemejan a garras de águila. O de cuervo. O de murciélago. ¿Los murciélagos tienen garras o manos humanas? No lo sé. Mis pensamientos se disgregan en infinitas direcciones. Mi cordura se torna incoherente. El único epicentro discernible con absoluta claridad es la habitación roja.

Y dentro la bañera roja con garras rojas.

Y sobre la bañera, el hombre tendido a horcajadas sobre ella.

Después, inmediatamente después, veo las esposas. Plateadas. Vejatorias.

Una mano esposada a una garra.

La otra a la del lado contrario.

Un pié esposado a la tercera garra.

La cuarta y última retiene al pié que faltaba.

Hombre boca abajo.

Desnudo.

Vulnerable.

Su amante habitual.

Es curioso que aparezca en uno de mis sueños.

Curioso.

Entonces, ella se decide a emerger de entre las sombras.

Como una plaga apocalíptica.

Me mira. Sonríe maliciosamente. Sonrisa desde una boca sin dientes.

Lengua bífida. De serpiente. De reptil. De demonio.

Ya no hay motivos para que mantenga los brazos detrás de la espalda. Detrás de su cuerpo. Es en ese momento cuando veo el artilugio que lleva entre sus manos. Delicadamente. Un enorme falo plateado, pintado por ella misma.

Recuerdo que, en más de una ocasión, me había confesado que le habría gustado nacer con una buena polla entre las piernas. Pero, eso no tiene que estar directamente relacionado con el hecho de querer ser hombre.

Hombre.

Su amante habitual. Nalgas separadas. Orificio anal. Aceptará todo lo que ella decida hacerle. Por humillante que sea. Yo también lo aceptaría. Estoy seguro. Completamente.

Se acerca hasta él.

El rojo envolviéndolo todo.

Quizá la futura hemorragia pase inadvertida.

Sudor.

Su amante habitual suda copiosamente.

Lubrica su cuerpo.

Lo prepara para la penetración a través del complejo mecanismo de la ansiedad.

Sus ojos fijos en el desagüe de la bañera.

Ella lo acaricia. Un escalofrío recorre su columna vertebral vértebra a vértebra.

Un dedo recorre su espalda. Espalda habitual. Rutinaria.

Un dedo se hunde en el agujero de su culo. Desconocido. Violento.

El amante habitual gime. Se retuerce levemente. Sus muñecas empiezan a amoratarse. Se estremece al notar contra su piel el glande de plástico duro. Se muerde el labio inferior. Con fuerza. Con rabia contenida. Hilillo de sangre parte desde su boca. Parece negra. Caída libre hasta el desagüe de la bañera.

Ella sigue sonriendo.

Observándome. Mis reacciones.

Entonces, empuja con todas sus fuerzas.

El hombre atado a la bañera grita. Es un grito mudo.

Quince centímetros de plástico perforando su recto.

No hay sentimientos en esta acción, sólo egoísmo. Puro y duro.

Erección. Tiene una erección. Eso indica, a pesar de todo, aceptación.

Ella lo advierte. Desliza una mano hacia el miembro de carne y sangre. El miembro real. La polla. La toca. La aprieta. La suelta. La araña. La masturba. La posee. La domina. La esclaviza.

Me llama.

Lo esperaba. Esperaba su llamada.

Acato la orden.

Su mirada guía la mía hacia el culo de su amante habitual. Mi enemigo. Mi competidor. Mi hermano de esclavitud. Ella me cede parte de su poder.

Mi polla está dura como una piedra.

La meto en el recto del hombre.

Es una sensación extraña. Nueva. Desconocida. Excitante. Delirante.

Ella se mete apresuradamente en la bañera. Se tumba en el fondo. Debajo de él. Delante de él. Invertida respecto a su cuerpo.

Sé lo que se dispone a hacer.

Los dos lo sabemos.

Su boca atrapa el glande de su amante habitual y, como por arte de magia, desaparece, al igual que el resto de su polla. Engullida, absorbida, envidiada. Deseada. Dura. Dura.

Arremeto con más fuerza contra sus nalgas.

Mis embistes llegan hasta su garganta. Muevo dos pollas al mismo tiempo. Veo como se llena su boca. Como se hunden sus mejillas en el acto frenético de la succión. Y advierto el acertamiento pasivo de su amante habitual. De mi enemigo. Se sirve de mí para acceder a ella. Lo que haga falta con tal de no perderla. Para siempre. Ya que perderla implicaría desaparecer en la existencia real. Cotidiana, asfixiante, castrante.

Sudor.

Semen.

Sexo.

Sodomía.

Soledad.

Frío.

Eyaculo.

Recibe.

Traga.

Eyacula.

Absorbe.

Se nutre. Se alimenta. Se sacia.

Somos tres en una bañera roja repleta de semen absurdo. Y el semen se coagula. Y se adhiere al metal del desagüe. Y ella se gira y lo lame. No quiere desperdiciar ni una sola gota. Lo quiere todo en su interior.

Quiere crear una nueva alma a base de semen.

Semen.

Semen.

Semen.

Semen.

Semen.

Semen.

Siempre a través de su boca. De su garganta. Su vagina como mito. Como preservativo. Como negación. Como no mujer. No mujer. Mujer herida. Muerta. Vacía por dentro. Inerte. Seca. Rasgada. Aséptica. Traumatizada. Violada. Hundida. Esclavizada. Sola. Perturbada. Fiera. Asustada. Niña.





(Continuará)

Pelusa Atrapada. Sociedad de Diletantes, S.L.



Sociedad de Diletantes, S.L. es un heterónimo no siempre claro de Casilda García Archilla: se interpenetran mutuamente, colaboran, se confunden sobre autorías, casilda hace un trazo y los diletantes otro... (sociedad de diletantes & partners, diletantes etc,).

Me aburría de ser Casilda como autora (casilda no firma visiblemente sus obras: las firma por la cara posterior o no las firma).

Esto de la autoría y la autentificación de obras es una chorradita más del mercado: firma, logo, marca.

Si te gusta una obra te gusta independientemente de quién la firme. Si una obra se admira bajo la autoría de Rembrandt o de Goya, y los expertos la desclasifican de esa autoría, hay que mirarla y seguir disfrutando con esa obra que alguien, desconocido seguidor o plagiario, hizo tan bien y tan hermosa.

En cuanto al nombre "Sociedad de Diletantes, S.L." procede de las sociedades de tales del siglo XVIII y posteriores: degustadores no expertos de artes varias. Pero claro, en este otro siglo, todo lo que no sea empresariado no tiene importancia, así que añadí la S.L..

Por otra parte es diletante y mucho la sosaieti mía: pero también es la sociedad la que es diletante a tope: siempre hay alguien en la tele opinando de lo que no sabe, y con los blogs ídem. (por cierto que no veo la tele: no sé cómo me he enterado de esto).

La obra que te envío es de 2001 y se expuso en la exposición "Caprichos de artista" de una galería que había en Valladolid, Teresa Cuadrado.


Estos días la he sacado de su carpeta y he escrito:

asombrada pelusa
............atrapada

testigo
..........de la acumulación
....................................... del tiempo
........................................................congelado

Desde siempre me ha encantado el "Criadero de polvo" de Marcel Duchamp, con su poética de la nada.

Me gustan las cosas que nadie quiere y va a tirar a la basura: yo las quiero, que permanezcan.

El polvo es un testimonio del paso del tiempo

Las pelusas son conglomerados de polvo y otros detritus (pelos que se nos caen inadvertidamente) y remiten a estratos del tiempo.

La pelusa que atrapé sobre el papel en el año 2001 habla de ese tiempo que pasa y pasó, pero subrepticiamente va dejando sus marcas tan tenues, congelada ya en obra.

Pobre pelusa que ya no puede corretear por el pasillo.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Infancias de pompas de jabón. Tino J. Prieto


Memoria me sorprendió por la espalda.
Más exactamente, por la izquierda y a la altura del hombro.
Me cogió fregando los platos.
Era media tarde. Espuma y pompas de jabón en el fregadero.



Desde ese día, vuelve cada vez que paso por la cocina.
“Te espero. Parque Infancia.” escribió hoy garabateado sobre el vaho del cristal, “Iré con mi hermano Recuerdo”.
Llevé unos boliches, estampas, la tiradera, tres polos de naranja Clipper...
Bueno, tengo que reconocer que llegaron derretidos. Me entretuve con la patineta.



Tino J. Prieto (Las Palmas de Gran Canaria, 1956)

Escribo desde muy joven, guardando en papeles y hojas sueltas los relatos e ideas que maduran y se papelizan en un azar de los tiempos. Nómada de las callejuelas, traductor de cada arruga de las aceras (según dijera Francisco Lezcano) y militante del Movimiento Humanista en la búsqueda y desarrollo del ser humano, actividad que le imprime vida a los relatos de lo personal y social.

He viajado entre las islas y buscando las miradas y los impactos de algunas tierras del resto del estado, de Marruecos, Francia, Italia, Senegal, República Dominicana, Chile y Argentina.

Realizador, actualmente junto a Pino Cabrera, de ‘Encuéntame en las Ondas’ y antes, desde 1994, de ‘La fábrica de ideas’, junto a Pedro García y Francisco Fuentes, en Radio Guiniguada, Onda libre y comunitaria, 105.9 F.M.

Obras publicadas:

156 cm., 22 mg., 33 cl., y 1 cuento sin-tino

(Serie de relatos cortos, artículos, poemas,… que fueron publicados en La Provincia, Diario de Las Palmas, Canarias 7, Hojas y revistas humanistas de Barrio (La Hoja del Barrio, Acción Humanista, Virtual, El León Alado, Futura Isleta, Al Aire) o leídos en radio, entre los años 1989 y 1999)

El portero nunca llama dos veces

+ de Ku4tro gatos (a gatas dentro de un saco)

Email: tinopolis@gmail.com
Página Web:
http://masdecuatrogatos.blogspot.com

viernes, 25 de septiembre de 2009

Caco Manrique. tiRA CóMiCA, CuCARACHAs y jAvi eL GeNiO.




CUCARACHAS


Con vetas en las baldosas


no se ven las cucarachas.


Los celos son más amargos


después de la madrugada.


El río huele a basura.


La luz del puente se apaga.


Te equivocas de persona.


Yo también me equivocaba.




TIRA CÓMICA------------^


JAVI EL GENIO.

La ciudad tiene tantos rostros como horas tiene el día. Uno de sus semblantes más feos se da en las horas previas al despunte de los primeros rayos del sol, cuando la mayoría duerme y vagar por las calles te recuerda que eres esa clase de persona que no encaja con las demás.

En mi caso, he acabado por aficionarme a ese sentimiento de incomodidad. Me gusta cruzar las miradas con otros monstruos urbanos y mirar. Me gusta mirar porque descubres los secretos. Cuando todo está en silencio puedes notar los latidos del cemento.

Cierta madrugada, mi entendimiento estaba más afectado que de costumbre y volvía arrastrando las suelas hacia ninguna parte, cuando de pronto me topé con la botella. Bourbon. Jim Bean. Kentucky Straight. Al ir a darle una patada me pareció que le quedaba aproximadamente la mitad del contenido original. Me agaché para recogerla y según lo hacía recordé mis tiempos de camarero: las botellas de Jim Bean NO tienen dosificador.

A pesar de todo, la tomé entre mis manos y la froté, tras lo cual, evidentemente, apareció el genio. La entrada en escena no fue demasiado impresionante. No hubo números musicales ni humo ni luces. Simplemente salió de la botella de Jim Bean y me habló. Estaba dispuesto a concederme un deseo.

Lo primero que se me ocurrió fue pedir una cantidad enorme de dinero, pero al instante se me ocurría una cantidad mucho mayor. Así que desistí. Pedir dinero me frustraría porque siempre podría pedir algo más. A menos que pidiera dinero inagotable.

Javi, que así se llamaba el genio, me acompañó hasta un banco cercano en una calle peatonal en obras. Pasó la mano para sacudir la madera antes de sentarse y me miró. Entonces se me ocurrió pedir un deseo más difícil. Primero pensé en perder peso, luego en ser más alto, luego en un pene más largo y finalmente en tener un cuerpo perfecto. Podría haberlo pedido, pero no lo hice.

Obviamente el dinero y la belleza eran meros vehículos para obtener felicidad así que mi deseo podía ir directamente enunciado como “quiero ser eterna e inmensamente feliz”. Pero mi felicidad podría ser cruel respecto a otras personas y mi altruismo me confirmó lo que ya sospechaba. Sería más sabio conceder la felicidad eterna a cuantas personas existen y van a existir. Quizás a las que ya existieron también, pero no podía formularlo.

El ser humano ha progresado para superar dificultades. Una legión de mequetrefes contentos podría acabar por autodestruirse o, como mínimo, por estancarse. Y aún le quedaban al ser humano tantas cosas por hacer…

Ése era el quid de la cuestión. Pediría al genio conocer todo cuanto se puede conocer. Aunque eso no me asegurara la felicidad. Pero reflexioné y quizás saber todas y cada una de las desgracias acontecidas y por acontecer podría ser demasiado terrible.

Perdido y miserable, me veía incapaz de tomar una decisión. Durante horas pensé. Amaneció y volvió a anochecer, y Javi se impacientaba según pasaba el tiempo. Empezó a fumar y ya no bromeaba tanto como al principio.

Llené mi casa de listas, investigué, pregunté a los sabios y a los mequetrefes, reflexioné y analicé todo cuanto podía analizar, hasta que un buen día, trastocado por las noches en vela y los nervios formulé mi deseo.

Deseo saber qué quiero desear, dije y Javi acató mis órdenes rápidamente.

Ya nunca le volví a ver. Hace ya unos años que me he aficionado al bourbon. Sé que la gente dice de mí que soy un borracho y mis amigos me dices cuando me ven que estoy desmejorado. Poco me importa. Todos los días me bebo una o dos botellas de Jim Bean esperando dar con Javi o cualquier otro genio, porque esta vez ya sé qué tengo que decir.

---------------------------------------------------------------------------------------------->CACO:

"Me llamo Marco pero mucha gente me llama Caco. Estudio periodismo en la UVa y me gusta escribir y dibujar, navegar por Internet y escuchar música. He hecho algunos cortos y escrito bastante prosa y poesía. Ahora le dedico bastante tiempo a Artículo20 (revista universitaria)".

jueves, 24 de septiembre de 2009

Extractos de Misantropía. Laggos.


Necesito una continua evasión que me acerque más a la barrera entre lo erróneo y lo permitido, entre el deseo concedido y el acto prohibido. Romper violentamente esa línea con la misma satisfacción que tiene el cazador al destripar a su presa. Quiero destrozar todo el lujoso salón de una casa que lleva años siendo espectador de la falsedad, el odio, el rencor y la hipocresía. Deseo dar un beso a los que desean en todo momento aquello con lo que sólo pueden soñar y decirles: ¿qué os pensabais? Anhelo el placer del descanso en el frío y duro suelo en mitad de un infierno nocturno.
En medio de un caos irremediable entre la irresponsabilidad y la estupidez gritaré hasta reventarles los tímpanos y lanzaré todas esas sillas y mesas por la ventana rompiendo sus cristales que crearán un sonido tan sincero como el de la misma furia. Escupiré a los zapatos nuevos y perfectos e iré coleccionando zapatillas tan rotas como las mías. Acariciaré por la noche un césped húmedo rodeado de colillas de tabaco y porros al momento en el que, entre risas de borrachos y diálogos banales, miraré al cielo sin estrellas. Observaré las luces de ese mismo puto bar mientras deseo que sea distinto. Buscaré entre las caras de la gente sin saber qué quiero ni qué espero encontrar. Vomitaré a todas las guarras hijas de la ignorancia en el momento en el que suelten su carcajada más insoportable. Me follaré a la mentira para después llorar como el bebé que un día este cuerpo fue. Haré callar al bufón más psicópata de toda la corte. Seguiré como siempre cuando al dormir nada de esto vea realizado.





miércoles, 23 de septiembre de 2009

LA NIÑA LOCA. Nerea Ferrez.


Una niña dibujaba sueños en las baldosas vacías de una ciudad gris.

Cualquiera que la viese, allí, tirada en el suelo, cubierta hasta las cejas de colores, el pelo encrespado y revuelto, la mirada perdida y los labios apretados dejando escapar por la comisura una sonrisa que iluminaba el corazón más negro, esas que se deslizan en la piel y calan en el alma.

.

La niña dibujaba atardeceres que nunca había visto, montañas en las que no había estado e ilusiones desconocidas para ella.

Con el tiempo la niña creció, pero su mente se había estancado en la edad donde la primavera no termina, un tiempo que sabe a helados, una edad amarilla de flores, trigo y sol.

La joven siguió estrellando sus pensamientos contra el pavimento gris, redibujando el espacio cosmopolita de una ciudad que, como ella, no dejó de crecer.

Con el tiempo la bautizaron “la Niña Loca”, y la miraban con una pena tierna, la alimentaban y le regalaban mantas para que se resguardara del frío invierno, hubo quien quiso llevarse aquellos ojos grises repletos de misterios, pero la Niña Loca, la muda sombra no dijo nunca nada y siguió limitándose a crear la ciudad desde sus manos y compartirla con todos hasta que venía la lluvia y le diluía los sueños.

Era entonces cuando ella corría con sus tizas a los soportales y escribía versos en las esquinas.

En un par de ocasiones hubo quien quiso internarla en un psiquiátrico, pero su comportamiento no contribuyó a llevar a cabo tal propósito.

Nadie podía hacerle daño a aquella criatura muda y gentil, todos la amaban y cuidaban de su bienestar aunque nadie trató de introducirse en su historia ni de ayudarla de otra forma.

Así pasaron los años, la Niña Loca seguía resquebrajando la tristeza y la monotonía con sus manos, moldeando al vida hacia un camino más bello.

Un invierno, el más crudo que se recordaba en la ciudad, la Niña Loca pareció perder la poca cordura que le restaba y, con gran ansiedad, se puso a dibujar sobre las paredes de los soportales, día y noche, una gran panorámica de la ciudad mientras, sobre las calles desiertas, la tormenta caía sin tregua.

Nadie se acordó de ella mientras estaban en sus hogares calientes y cómodos, nadie supo de aquella noche sino ella y la nieve hasta que, al día siguiente, cuando despertó la ciudad, se la encontraron dormida en su último sueño.

Sobre ella, en la pared de la calle, se levantaba el paisaje que había estado decorando durante tanto tiempo y los rostros de cuantos había conocido y, en una esquina, casi rozando el suelo, su propia imagen dormida y, en sus pies, su nombre, que más tarde plasmarían en una placa de bronce que, malherida por el tiempo, sería borrado.

Así, de su paso por la ciudad tan sólo quedaron unas tizas sobre los muros, baldosas frías que lloran desnudas cuando el viento cambia y una insignia que no recuerda su nombre.


BIO: NEREA FERREZ
Logroño/Peroblasco, 1988

Codirectora y cofundadora de la Degeneración Espontánea, responsable del Ateneo Joven, seleccionadora (Ópera Prima) y crítica de Fábula, locutora en Radioalpilón, co-autora de "Parque de atracciones", rusa, irlandesa de alma, cosmopolita (en su significado más heleno) y romántica, entre otras variedades.

Y confieso que escribo sin saber de dónde saco el tiempo.

martes, 22 de septiembre de 2009

Velpister (Peter Jensen). LA BOCA SECA. piano, pintura y poesía. + NO LLoRES.


-->BIOGRAFÍA: Velpister (Peter Jensen), Barcelona, 1970.

Pintor, ilustrador, escenógrafo, pianista, compositor y un poco escritor. Ha realizado exposiciones por diferentes ciudades españolas y europeas. Realiza habitualmente recitales de piano y poesía, decorando el escenario con sus creaciones pictóricas. Incluye en sus repertorios de concierto piezas de compositores clásicos y composiciones propias. En 2006 y 2007 monta un espectáculo musical y teatral que ha llamado Musicoplastidrama, con bailarines, cantantes, músicos diversos y actores, decorando el escenario con grandes cuadros que suben y bajan en función de la obra musical representada. Ha realizado ilustraciones para libros de poesía y cuentos infantiles. Además sus textos van casi siempre acompañados de sus propias ilustraciones. Actualmente está preparando un nuevo repertorio pianístico para realizar una gira de conciertos, además está a la espera de publicar su primer libro de relatos, con sus ilustraciones.

lunes, 21 de septiembre de 2009

La habitación roja #4


El último recuerdo. Mi rostro entre sus piernas.
Bebiéndomela a sorbos. A largos sorbos.
Sonidos de succión sobre su coño abierto de par en par.
Sus gritos. Sus gritos no mueren al chocar contra las paredes de la pensión. Parecen amplificarse. Como si necesitara que todo el mundo la oyera. Gemidos. Gritos. Gritos. A veces, la imagino trabajando de actriz principal en una película pornográfica. No me extrañaría si me dijese que ya lo había hecho.
Sus manos sobre mi cabeza.
Apretando. Aplastando.
Mis dientes sobre su clítoris. Mordiendo.
Sus gritos. Placer. Orgasmo.
Temblor incontrolado recorre sus carnes.
Se levanta sobre las piernas. Se deja caer. Se estira. Se contrae. Se corre. Se corre. Se corre. Los dedos de su mano dentro de su boca. Lamiendo. Los dedos de la otra mano sobre su sexo. Me aparta. Observo. Prolongación del placer. Mi polla dura entre sus piernas. Su coño lascivo invitándome. Sus ojos cerrados. Su cabeza ladeada. Su pelo acariciando la almohada. Sus gorgoteos. Mi miembro sobre los labios de su sexo. La penetración. El descubrimiento. La tierra prometida. El útero. Las rugosidades internas de las paredes del útero. Los pellizcos delicados sobre mi glande. Las contracciones. El sudor. Los arañazos en mi espalda. La sangre. Sus venas azules hinchadas. Cuello. Piernas. Estómago.
Entro. Más adentro. Más adentro.
Satanás echando su aliento fétido sobre mi nuca.
Sus piernas me rodean. Oprimiéndome las costillas.
Obligándome a penetrarla más profundamente.
La cabalgo salvajemente. Mirándola. Mirándola. Ojos.
Ella sigue con los ojos cerrados.
La siento frágil, muy frágil, como si pudiera romperse en cualquier instante.
Creo que podría partirla en dos si me lo propusiera.
Mis dedos sobre sus pezones.
Tiro de ellos. Grita. Pero, sigue con los ojos cerrados. Desafiándome.
¿En qué coño pensará?
La cisterna pierde agua. Poco a poco. Paulatinamente.
Me distrae. Me hace evocar los momentos en que escribo. Escribo sobre ella. Poemas rabiosos a borbotones. Poemas que huelen a coño y a sexo demencial. Poemas sobre la locura que nos envuelve cuando ella me deja solo. Con mi puta botella de whisky. Caro. Barato. Whisky. Atentando contra mi hígado. Contra mi cordura.
La cisterna pierda agua. La gota. La puta gota comulgando con el recuerdo del puto poema.

Ella vendrá.

Un cuerpo retorciéndose
sobre una desvencijada silla de madera,
-máquina de convulsiones
Con movimientos vagotónicos-,
Orines calientes de miedo
Chorreando por las piernas
Y acumulándose en los zapatos

(la puta ley de la gravedad)
Manos atadas a la espalda
Entrelazadas en la madera de la silla,
Miembro inerte y lacerado
Entre los muslos…
…ausente hasta su regreso,

(esa es la orden)
Ella volverá con su ración de caos,
Con su cacho de zona oscura
Que él necesita como el aire para vivir,
Para sentir emociones auténticas.

Pasan los minutos, las horas
Que se retuercen angustiadas
En las mazmorras húmedas de su cerebro.
Ella vendrá.
Aparecerá con su tanga de cuero,
Con su arnés de látex,
Con su careta de payaso malvado y violento,
Con sus botas de motorista,
Con sus tetas de silicona y sus pezones como cuchillas,
Con sus ojos verdes artificiales bajo lentillas caras.
Ella vendrá.

Aparecerá porque él ha sido el creador de su propia pesadilla,
Sueño retorcido enmascarado de creatividad enajenada,
Suicidio ritual de la razón,
De la frágil apariencia de normalidad propia de los seres humanos,
Ajenos al verdadero orígen de la especie,

(en el principio de los tiempos sólo éramos bestias)
Renegando contra natura del demonio de los instintos…
…y dejándonos domesticar por los poderes fácticos
Por un espacio donde vivir,
Por un supuesto amor por el que morir…

Ella vendrá
Después de meterse su ración diaria de cocaína,
De anular su conciencia con la perfección de las actrices consagradas
Que repiten la misma obra cientos, miles, millones de veces
Para los mismos espectadores onanistas que las ovacionan
Hasta dejarse laas palmas de las manos en carne viva,
Aplaudiendo sus propios fracasos emocionales
Y su turbio bagaje pasional.

Aparecerá con su pasado entregado a un malvado dios de la Duda
Que la incitó a vestirse con ropas de hombre,

(los calzoncillos de su hermano mayor)
Y a temer en silencio a un padre grande como la noche,
Amenaza velada para una niña con mente masculina,
Pecadora inmunda, niña desagradecida…

Ella vendrá
Y, temblorosa, entrará en escena,
Guiada por una turbulenta megafonía interna
Que la impulsa a realizar las acciones más deleznables…
…y yo soy el que mezcla ese malsano brebaje onírico
Y se lo da a beber en cuencos de tejido neuronal podrido
En pequeños sorbos, para que no se atragante
Con los líquidos densos que brotan de los miedos más profundos,
De las grietas abisales que rezuman bilis negra
En el hemisferio derecho de mi cerebro.

Ella vendrá,
Se pone en cuclillas, estirando nuevamente una pierna,
-como animal de presa acechando a su próxima víctima-,
Y se aparta las bragas para orinar sobre el suelo,
Chorro certero, caliente, inmundo,
Que anhelo penetre por todos y cada uno de los poros de mi cuerpo,
Enfermo de amor y adicto a los actos más abyectos,

Cárcel sucia de tormentos,
Costillas hechas con jirones de infiernos
Infestados de pústulas que supuran traumas infantiles.

Ella vendrá,
Llegará con su coño dentado como vertiginosa zozobra,
Mientras el alma es amordazada y violada sobre un somier barato.

Ella vendrá
Y el tiempo parecerá hacer un paréntesis,
Un estancamiento,
Un pequeño pacto con el diablo
por el puro placer de prolongar el sufrimiento.

Ella vendrá.
Y la tormenta se abrirá paso a través del agujero de mi culo;
Su enorme falo de látex comulgando con mi mierda
En un demencial acto carente de pasión…
…sólo es látex resbalando en las profundidades de mi carne.

¡Cuán siniestras pueden resultar las interconexiones neuronales!
¡Cuán necesario puede volverse el dolor!

Ella vendrá.
Su alma hipotecada por mi miseria,
Y arrinconada por la voz fría y monocorde de mi compañero de celda:
¡oye, sí, tú, ella vendrá, te lo digo en serio, tío, ella vendrá!.
Y aquí estoy yo, sólo y desnudo ante vosotros,
-ojos y mentes inquisitivas y racionales-,
Contándoos en voz baja para que nadie me escuche
Que ella, al final, vino una noche…
…que ella, la locura, penetró en mi celda
Y me comió la polla con el sigilo de los amantes furtivos,
Con la parsimonia de la buena muerte
Masticando un corazón viejo, herido…
…luego, poniéndose a cuatro patas me gritó:
¡si tienes cojones fóllame el alma…corazón…
FÓLLAME EL ALMA!

El poema se apaga como el eco distante de un disparo. La gota de agua sigue cayendo desde la cisterna. Ella sigue debajo. Mi distracción puede ser fatal. Errónea.
Ella lo nota. Abre los ojos. Mirada enfurecida.
Reanudo las embestidas en el interior de su cuerpo.
Sé que no voy a obtener placer alguno de todo esto.
Sólo tortura. Tortura y tormento.
Tormenta de tormento, como diría Corcobado.
Eyaculo. Pero, afuera. Como siempre.
Sobre su vientre.
Ella se ha corrido mucho antes. Sin concesiones. Y ha dejado de lubricar. Dejándome sólo con mi eyaculación. Con mi semen blasfemo. Traidor. Mustio.
Saco la polla. La miro.
Está herida. Piel amoratada. Piel desgarrada. En carne viva. Apenas un par de centímetros. Pero, duele. Sobre todo, en el alma.
Se gira. Se tumba boca abajo. Mostrándome su culo.
El culo que tanto anhelo.
El orificio que sé negado. Inaccesible.
Siempre lo ha dejado muy claro.
“Todo lo que quieras menos el culo”
El último refugio de su virginidad. De su cordura.
De mi interés por ella.
Quizá sabe que si lo obtuviera dejaríamos de vernos.
Para siempre jamás. Jamás. Jamás. Nunca. Fin.
(Continuará)

domingo, 20 de septiembre de 2009

Manolo Campoamor. Mimoska



Manolo Campoamor empezó dibujando comics en los 70. A finales de la década entró a formar parte como vocalista del grupo proto-punk Kaka de Luxe. En 1980 se matricula en la Escuela de Artes y Oficios con intención de familiarizarse con la disciplina del trabajo. Desde entonces ha expuesto en varias galerías españolas y extranjeras. Actualmente se dedica al arte audiovisual manipulando ruidos de animales como banda sonora abstracta de sus vídeo-creaciones. También pinta acrílicos y realiza collages.


1970-1980
- Comix
- Música: Kaka de Luxe

1980-1990

- Acrílicos
1990-2000

- Acrílicos
- Collages
2000-2010

- Acrílicos
- Collages virtuales
- Audiovisuales experimentales

sábado, 19 de septiembre de 2009

Agua de Venezuela a Helsinki + fotografías de Finlandia. Ángel Rodríguez (Voltios)




Tengo sed.

Yesenia me vende agua.

Un litro por tres pavos.
Es caro.

Pero no queda otra.

Su hijo, Dieguito,
tras el mostrador,
llora con muy mala hostia.

Es que no quiere
volver a Venezuela
,
me explica con media sonrisa.

¿Y eso?, tratando de ser amable
mientras ella saca del frigo
un zumo para calmar al crío.

Fuera,
las jodidas gaviotas no paran de graznar.

Allá, Dieguito, sólo bebía
agua sucia de pozo.


Diez kilómetros andaba
todos los días para traérsela.


Eso no me dolía.
Me dolían las colitis,
las infecciones que cogía
de la mierda del agua

(Dieguito).

No tuve en cuenta la botella,
ni los kilómetros o el tesón.

Las narices.
O los cojones como quieras llamarlo.
Los cojones para venir de Venezuela
a Helsinki
Buscando, tal vez,
un agua mejor.

No le quedaba otra.






Pensamiento Suicida (y más). Fritz Louganis.

PENSAMIENTO SUICIDA


FOLK

EX


MEROFRITZ







Fritz Louganis.

http://pericotepico.wordpress.com/

viernes, 18 de septiembre de 2009

La Flor del Mal. Celia Parriego.

Para Teresa, que en tus sueños y anhelos encuentres la luz que mira hacia la vida. No te imagines un mundo mejor, porque sino, no ves lo bello que hay en este. Por muy escaso que sea recuerda que yo jamás me iría sin llevarme conmigo las cosas más preciadas que tengo y tendré. Y debo decirte que una de esas cosas eres tú.

Con cariño.

Celia Parriego





Mi pelo negro y sedoso lucía una brillantez inigualable. El vestido color rojo rubí bailaba con la canción, y la música moldeaba mi cuerpo creando expectación entre el público. Oí el sonido que provocaba el contacto de las manos de muchas personas marcando el ritmo.
-¡Qué viva la Flor del mal!-coreaban al unísono.
Les miré con mis ojos color verde otoñal, y les confié una de mis más hermosas sonrisas.
Ésta era mi vida.


Tras un duro día de trabajo en el teatro, caminé -como cada día por la noche- hacia un plácido manantial cercano a mi hogar. Unos hombres fornidos y con gran talento en la lucha, mantenían un profundo silencio detrás de mí. Eran mis guardaespaldas desde hacía unos cinco años, cuando yo, a mi decimoquinta primavera vivida, comencé en el mundo del espectáculo. En aquella época, había que tener mucho cuidado, sobre todo en este oscuro bosque, donde la oscuridad se mantenía, ya fuese de día o de noche, ocultando los misterios de la naturaleza y lo hermoso de la vida. Más para mí, pues era joven, hermosa, admirada y conocida por todos.

Me dejaron intimidad, y me sumergí en las aguas diáfanas que reflejaban la luminosidad y tristeza de la luna. Después de quitarme el pesado vestido. Alcé la vista y, en una de las ramas de un árbol de hoja caduca, divisé una mugrienta mochila y ropa de viaje.

-No me gusta compartir las aguas con extraños.- Dijo una dulce, musical y sobrecogedora voz en tono bajo.

Me sorprendió un joven de unos años mayor que yo. Era bellísimo. Cabello rubio intenso y ojos azules que, aún estando en la mismísima oscuridad, resaltaban en las sobras de los frondosos árboles que amenazaban con sepultarnos en la tierra; aunque yo tenía la certeza de que aquello no ocurriría porque ya consideraba a la flora y fauna de aquel lugar mi amiga silenciosa y reconfortante.

-No era mi intención molestarle - Susurré aún alarmada y sorprendentemente tranquila.



Desde aquel momento entablamos una conversación en la que nos descubrimos mutuamente. Y, rápidamente, nos hicimos amigos en pocos días, en los que él siempre se iba con el sol, y yo me quedaba fría y solitaria, pero no por la ausencia del calor del sol, ni por la incertidumbre que dejaba éste, sino por las despedidas de caricias, palabras, sueños que se deshacían con la suavidad de los intensos colores del crepúsculo, y que en mí sólo dejaban un templo perfecto pero vacío.

Era diferente a los demás, y eso me encantaba ya que todos se regían por las mismas normas, mientras que él dibujaba y desdibujaba las suyas.

Se llamaba Gabriel, y yo pensé: nombre de ángel, rostro de ángel, y no pude evitar preguntar:

- ¿Eres un ángel?
- No puedo serlo.- Respondió con tristeza y tirantez. - Ten
go que irme. Ha sido un placer, mi amor. - Me besó la mano con sus fríos y suaves labios.

Yo le insistí en que se quedara, pero él se apartó de mí bruscamente y mostró sus dientes. Los dientes de un vampiro. Entonces lo comprendí: él no quería arrebatarme mi humanidad.

La oscuridad de la noche ocultó la silueta de mi amado. Sin dudarlo, cogí una mochila que tenía escondida por precaución, con comida, dinero y ropas, y me puse en marcha a pesar de la osadía que estaba cometiendo, y del retumbar de mi acelerado y pobre corazón.



Al cabo de unos años la desesperación, la angustia, la tristeza, y el vacío que había dejado Gabriel en mi interior me inundaron, y empecé a preguntar a los habitantes de los pueblos si conocían o habían visto a un vampiro llamado Gabriel. Pero me tomaron por bruja o loca, y no dudaron en darme caza y atarme a un oscuro y rasposo árbol clavado en el suelo, que en esos momentos lo representaba en mi mente como si fuese la llave del infierno; con pajas debajo, las cuales recordaban los cabellos de los difuntos que en paz descansan.

En esos momentos encontré mi paz interior entre, lo que a mí respecta, eran las llamas del infierno y la malicia de Lucifer. Me sentía libre, libre como lo hubo estado aquel que robó algo grande y pesado en mí. Entonces comprendí que estaba muriendo por una buena razón: por encontrar mi vida y mi corazón.

El fuego ya comenzaba a deshacer el bajo de mi vestido amarillo y rojo, cuando sentí algo frío, inmune a las llamas.

-Oh, mi amor, ¿qué te has hecho? - Dijo la angelical voz que tanto había esperado.

- Vaya... entonces, así es el cielo... -musité. Estaba muy confusa por el efecto atosigador del fuego, que iba agotando el incienso de la vida alrededor de mí. Él emitió una risita parecida al sonido que entonaban las flores cuando la brisa de verano las roza tenuemente. Me besó la frente, y noté una fuerte presión en mi cuello. Notaba la garganta seca y arenosa. Un dolor inmenso recorría mi cuerpo empapado en lágrimas y en sudor. Lamentaba que el aire que rozaba mi rostro ya careciera de sentido. Sabía que las puertas de la vida se cerraban para mí. Ya veía la Muerte vestida con un vaporoso traje creado con almas. Y, al fin, morí ... O eso creía yo.



Ilustración de Valle Camacho, incluída en el libro Logroño. Historia ilustrada de la ciudad.
Ediciones Emilianenses, 2004.



Me llamo Celia Parriego, pero suelo utilizar el seudónimo de Darshia. Soy de Zamora y tengo catorce años. Comencé mi afición por la escritura a los once años, gracias a algunos escritores que me engancharon a la lectura, destacando Laura Gallego García y Carlos Ruiz Zafón. A la misma edad también me aficioné al dibujo por otros autores e ilustradores como Victoria Francés y Cris Ortega. He participado en varios concursos de relatos cortos como el de Coca Cola 49º. Hago relatos cortos en clase de lengua que son bien valorados y por otra parte escribo por mi cuenta libros. En cuanto al dibujo de momento estoy perfeccionando mi técnica por mí misma fijándome en las ilustraciones de las antes nombradas.


jueves, 17 de septiembre de 2009

Arte y Polémica. Graffitti en Ponferrada.

Arte y Polemica.Graffitti en Ponferrada

arte y polemica. graffitti en ponferrada (2º parte)










Precavido. Gustavo Prieto + fotografías de Tamara Román Barbero

Dicen que uno no se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde. No somos capaces de disfrutar lo que realmente poseemos, y no hablo de materialismo, sino de la propia existencia vital que nos habilita la capacidad de discernir el propio momento. Esa propiedad innata de la que los seres humanos no disfrutamos realmente y que sólo recordamos cuando los estertores nos asolan y nos llevan a la otra vida donde jamás podremos respirar y llenar nuestros pulmones de recuerdos, vivencias, sueños y sentimientos. Es tarde siempre que se dice que se echa mucho de menos todo lo que se perdió. Es tarde recordar y añorar lo que uno pudo acariciar, oler, ver, en definitiva, sentir. Esta pesadumbre que me invade es la que os quiero evitar; por eso mismo os relataré a continuación mi historia.

No recuerdo exactamente cómo ni cuando empezó la manía, inquietud y obsesión que me llevó a esta situación. Sólo sé, y de esto puedo estar seguro, que esa psicosis me atrapó como una hiedra envenenando mi ser y fue creciendo poco a poco, día a día, y, sin darme cuenta, me consumió. No hay nada racional en los hechos, ni siquiera los psicólogos más reputados de la época me han podido sacar de este torbellino de locura, ni hallado explicación alguna al respecto. Me remito, pues, a la vaga reminiscencia que me perturba, aún hoy en día.


Desde muy pequeño tuve una educación bastante estricta, exclusivamente por mi madre, una mujer soberbia, recta y pedante, quizás demasiado estilizada para el nivel social en el que vivíamos. Aparentaba ser una señora con clase ante las vecinas, incluso cuando la comida escaseaba en los asquerosos platos que preparaba. Se hacía llamar Doña Sofía Ortega, cuando en realidad ni se llamaba Sofía ni se apellidaba Ortega. Tenía un ego demasiado realzado. Nadie la discutía, ni mi padre. El pobre trabajaba todo el día para darle los caprichos, puesto que era insaciable. Por suerte, tuvo una vida corta. Cuando celebré mi decimoctavo cumpleaños se suicidó. Fue el mejor regalo que he recibido en mi vida.

La pedagogía de mi madre era bastante particular, aún hoy creo que tenía una ética paradigmática, pero la llevaba a cabo de una manera poco ortodoxa: Su labor era insultar cuando criticaba; compararme con otros niños, que jamás tuvo la ocasión de conocer, pero eran sus prototipos de hijo; pero lo que más me irritaba sin duda era su persecución: me vigilaba a cada paso, me observaba cada minuto y esperaba, cual felino en plena caza, para lanzarse como una histérica y, según ella, “reconducirme en el buen camino”. Lo más curioso es que yo era un niño poco problemático, lo justo en cada etapa de crecimiento, pero aún así, era amedrentado drásticamente por la hosca mirada de mi señora madre. Le sacaba de quicio que fuera desordenado. Haragán y adán eran las palabras que más utilizaba. Si me quitaba la ropa: “¡Al armario, haragán!”. Si acababa de jugar con los Playmobil: “¡A su sitio, haragán!”. Si acaba de comer: “¡Al lavavajillas, haragán!”, y si se me olvidaba hacer algo: “¡Eres un haragán!”. Recuerdo que un día conté las veces que me llamó haragán: Treinta y tres veces. Desde que me levantaba hasta que me acostaba. Era una pesadilla constante. Me ayudaba a vestirme porque, claro, era un...Adán. Me ponía los botones de la camisa, la corbata, me peinaba, prácticamente estaba en sus manos antes de salir de casa, incluso fuera de ella también. Cada vez que salíamos al colegio se aferraba a mi mano y no me soltaba hasta dejarme delante del pupitre. Tenía miedo a cualquier situación y no me dejaba equivocarme en nada, no pude aprender nada de mis errores. Desconfiaba de la gente, por lo que no pude mantener ningún amigo. Si llovía, no podía salir de casa por si me cogía un constipado, pero si hacía mucho sol, tampoco me dejaba disfrutar, por lo de la insolación. Era el muñeco que nunca tuvo, era su Pinocho particular.

Hasta la juventud no supe anudarme los cordones de los zapatos, exactamente cuando mi madre decidió dejar el mundo arrojándose por la azotea. La pobre tardó una semana en darse cuenta que mi padre nos abandonaba para toda la vida, y a su vez, tardó tres días en ver que no podía continuar con el nivel de vida que llevaba sin ingresar dinero, un detalle del que no se había percatado, más cuando su único trabajo en la vida había sido mi exigente educación, que la llevaba las veinticuatro horas del día. Su mundo se desbordó, y decidió hacer lo mismo. He de reconocer que sentí un alivio al verla pasar por la ventana en picado hacia la acera, aunque el cartero, que pasaba justo a esa hora, no pensara lo mismo que yo. A pesar de que podía rehacer mi nueva vida con un rumbo diferente y obtener una vía de escape, las esquirlas de mi madre me hicieron mella en mis instintos y no supe deshacerme de ellas durante el resto de mi existencia.

Dada mi situación, tuve que empezar mi vida laboral, y, la verdad, no tuve muchos problemas para encontrar un trabajo con un encargado insensato e incoherente, un horario partido que me hacía perder todo el día y un sueldo base que me daba para vivir lo justo. A pesar de ello, en mi oficina se me empezó a respetar por mi puntualidad, mi elegancia y mi orden, por lo que tuve la oportunidad de ascender en menos de dos años a un puesto más solvente y obtuve un despacho privado en el que, por fin, tenía la potestad de organizarlo a mi modo de ser. Comenzaba así a coordinar por completo mi vida y, sobretodo, lo que más morbo me daba: ordenarla. Sólo el hecho de tener todo bajo control me hacía sentir bien, estaba orgulloso de mí mismo y mi ego se acrecentaba ante tanta seguridad. Me convertí en un tipo muy minucioso y maniático que evitaba la haraganería en cualquier circunstancia, no podía evitar las nauseas ante un comportamiento diferente al mío; porque creía sin ningún ápice de duda que mi ética era la mejor y la más correcta. Mi percepción de la vida se encauzaba hacia una espiral sin retorno, donde cualquier astilla con la que me cruzara durante el camino había que evitarla a cualquier precio.

Tuve la oportunidad, por desgracia, de toparme con una de esas astillas en poco tiempo. Fue uno de los peores días de tormenta que hubo en mi ciudad; los ríos se desbordaron; el viento azotaba a velocidades desorbitadas arrancando árboles a su paso; los coches parecían barcos sin control, un sometimiento que acució a toda la ciudad. No sé cómo pude llegar a mi casa, sólo recuerdo los efectos que me provocaron al ver tal desastre y desorden en ella: empecé a notar unas punzadas en el estómago, me faltaba el oxígeno al respirar, noté escalofríos que me recorrían todo el cuerpo, la boca seca y los ecos de la voz de mí madre insultándome. Sentí un vacío y un miedo que me erizaron los pelos, hasta que perdí el conocimiento. Los licenciados en medicina tenían claro que tal desvanecimiento fue provocado por el shock que me produjo la catástrofe en mi casa, pero yo no pensaba del mismo modo. Poco tiempo tardé en descubrir cual era la chispa que desembocaba en ese torbellino corporal.

Durante la recuperación en el hospital, me compré una nueva casa, exactamente el piso decimocuarto en la calle salud. No fue casualidad mi elección, ni mucho menos fue casual rechazar el piso debajo del mío. Por recomendaciones de un compañero de trabajo solicité que me decoraran la casa; muebles; cuadros; lámparas... Me despreocupé de una ardua tarea y pude descansar, como me dijeron los doctores, mientras una empresa especializada me ordenaba mi nuevo hogar. Mi inquietud en la cama del hospital donde me atendían día y noche me empezó a rememorar viejas pesadillas que creía solventadas, por lo que decidí salir de allí lo antes posible. En el trayecto a mi nueva casa me compré ropa nueva y una botella de champán francés, estaba muy ilusionado con el estreno; pero la alegría duró por poco tiempo. Cuando abrí la puerta y empecé a observar la decoración que me hicieron mis palpitaciones acrecentaron por segundos, aquella ordinariez en las paredes me hizo temblar de odio, los sudores se apoderaron de mí, estuve tiritando al pasar a mi habitación y cuando entré en ella se me quitó el apetito y el vacío en el estómago estalló como un volcán. Para evitar llegar al punto de retornar los ecos maternales me dirigí al baño, vomité el asqueroso desayuno del hospital y me intenté relajar. Me tumbé en la bañera, que al parecer era el único lugar donde habían sido algo coherentes, respiré profundamente, pensando en blanco, aniquilando mis prejuicios, eché valor y la emprendí a golpes con todo el inmobiliario que me habían ordenado a su gusto. Llamé a los decoradores y les amenacé con denunciarles por mal gusto, aunque a groso modo sonara ingenuo mis gritos les hicieron rebajarse a amueblarme todo el piso con el estilo que yo eligiera. De este modo, entendí perfectamente de dónde venían las nauseas y qué las provocaba; pero lo más importante de todo es que las tenía en mis manos y podía controlarlas. La única manera que había para evitarla era haciendo caso a mi instinto, que inconscientemente estaba vinculado con mi niñez; pero en esos momentos no me daba cuenta, por lo que mi vida me conducía a un único objetivo: evitar a toda costa el miedo a las nauseas, o sea, el miedo al descontrol. Tenía que evitar el miedo. Tenía que estar alerta en todo momento. Tenía que ser muy precavido.

Las reminiscencias evocaron pronto en mi boca al ver el armario de la ropa, lo que me indujo, por el bien de mi estómago, a reglamentar las estanterías del mueble. Esto es: forré el interior con pegatinas de cuadrículas numeradas. De este modo, podía organizar la ropa de invierno y la de verano. Las camisas las coloqué a cinco centímetros de los pantalones y las ordené por colores. La ropa interior y los calcetines los tuve que poner en cajones diferentes para que no se mezclaran. Los blancos estaban a la izquierda y los de color a la derecha, también les clasifiqué por fecha de compra, así podía controlar el tiempo de desgaste que tenían, y si era preciso cambiar de marca. Al finalizar con el armario pude observar que ya no era un simple cubo de madera, sino mí armario. Un equilibrio en las formas que evitaban a toda costa el miedo a la divergencia y a lo pueril. Lograba, entonces, una dimensión pulcra. Este torbellino de prudencia continuó en el resto de la casa: en las estanterías coloqué los libros por autor, a su vez, por fecha de edición. Tuve que hacerme una base de datos en el ordenador para poder controlar meticulosamente la biblioteca que poseía, incluso, escaneé las portadas para afinar mejor los datos. Por supuesto, en la cocina actué del mismo modo con la estancia donde almacenaba la comida. De ningún modo podía equivocarme e ingerir algún alimento caducado. El control tenía que ser exhaustivo, de ello dependía mi vida; por lo que llené de etiquetas todos los armarios con las fechas de caducidad, día de compra, marcas, etcétera. Tras acabar el control de cada esquina de la casa respiré tranquilo durante un tiempo.

De este modo, mi vida continuó control tras control y se convirtió en algo cotidiano, me acostumbré a las anotaciones, los pósit, las bases de datos... Me había olvidado de las nauseas y los temblores porque mi instinto actuaba de inmediato ante cualquier temor. Evitaba cualquier miedo que estuviera alrededor mío, que me pudiera afectar, ya que, instintivamente, era un ser neurótico y cauto ante cualquier amenaza, por absurda que pareciera. Mi terquedad hacia la felicidad utópica en la que vivía me cegaba ante la realidad.

La panacea del bienestar en la que me encontraba fue afectada cuando cumplí los treinta. Como cada día: me duchaba; me afeitaba; me acicalaba y me secaba el pelo. Si había algo en mi cuerpo que me cuidaba, sin lugar a dudas, era el cabello que lo mimaba con buenos, y caros, champús, máscaras y demás productos que tan obstinadamente te incitan a comprar los peluqueros de postín. Pero el destino quiso jugarme una mala pasada y descubrí algo que me desquició: una cana. No quise alarmarme ante la impresión y preferí ser cautivo ante el hecho. Arranqué el pelo blanco. Pero ingenuo de mí, no iba a acabar ahí la pesadilla. El típico compañero gracioso, es decir, gordo y feo con complejos que alude al encontrarlos en los demás, me informó de que me había salido otra cana. Intenté salir al paso con cierta educación, en vez de haberlo matado ahí mismo clavándole la pluma en la garganta. Pena que tenga nauseas al ver el viscoso líquido rojo. Tras dar esquinazo al pedante de mi compañero me contuve las arcadas hasta que llegué al baño, donde me desahogué. Miré amargado mi cabello en busca del maldito pelo canoso. Lo encontré. En la coronilla. En el mismo lugar donde me lo había quitado hacía días. Mi organismo no resistió la impresión y empezó a arderme el estómago de nuevo, mis pelos se erizaron como arqueros en posición de ataque y mis miedos salieron a relucir: la vejez. Opté por dos drásticas decisiones: una fue raparme el pelo al cero, de este modo, no cabía la posibilidad de mostrar ningún pelo blanco, y la otra, la más arriesgada, fue dejar de cumplir años. Aunque en apariencia sonara estúpido y pueril, mi propio ego se autogestionó con la decisión. Fui tajante al contárselo a los colegas del trabajo: No quería cumplir más años, no quería que se me recordara la fecha en la que nací, estaba obcecado en que cada uno de los que la supieran la borrara de sus calendarios y si alguno osara en comentármelo se las vería conmigo. Fue tal el axioma que mis palabras cautivaron en el ambiente, en realidad, se confirmó la ascensión de mi neurosis y el alejamiento de la mayoría de mis compañeros. Lo que yo pensé que era un aura insigne, era, sin duda, una confirmación de mi enfermedad. Por mi parte, me sentí mucho más seguro así. Calvo; pero sin años. Era la única manera de evitar el miedo a la vejez. Había que ser precavido.

Este suceso fue la punta del iceberg que originó en mí un hombre más obstinado, vigía y cautivo. Empecé a sentir ansiedad a cada paso, y a penas dormía. Una tarde que me encontraba en la panadería oí comentar a una vecina que a la amiga de su prima la habían atracado en su propio portal a punta de navaja, y que por poco la abrieron el cuello en canal. Estas últimas palabras despertaron en mi mente la estrepitosa imaginación de vivir en mis propias carnes tal suceso, lo que me provocó un estupor por todo el cuerpo poniéndome la piel de gallina. Al instante, una punzada en la espalda me paralizó y un zumbido inundó mi tímpano. Mis brazos se debilitaron, apenas podía articular palabra y empecé a perder la vista poco a poco. Era tal la sensación de vértigo que aún no sé cómo no me desnuqué allí mismo. Una vecina se dio cuenta de que mi cara cambiaba de color por momentos e intentó despabilarme, pero mi reacción fue violenta y agresiva hacia la gente que no paraba de gritar despavorida por mi alrededor. Un señor se encaró conmigo al ver mi actitud y las nauseas se apoderaron de mí. Me entró un miedo atroz a toda esa muchedumbre cansada de su vida monótona e impaciente por expiar un altruismo falso e hipócrita, por lo que huí con avidez a mi casa. Me encerré con llave, me relaje al sentarme tras la puerta y eché los restos en el pasillo antes de perder el conocimiento. Cuando desperté era de noche. Recogí con sumo cuidado el desastroso pasillo, lo limpié y reflexioné mis siguientes decisiones: A partir de ese día iba a trabajar desde casa, los informes les enviaría por correo electrónico, confirmaría mis decisiones por fax y las reuniones las haría con mi nueva cámara Web; Las compras las podría hacer por internet o llamando por teléfono a la tienda, recibiría en mi casa la comida, ropa o cualquier utensilio que se me pudiera antojar. De este modo, ya no tendría que aguantar las nimiedades de mis compañeros, no tendría problemas con el roce de la gente en la calle, sus miradas, sus alientos pestilentes. Evitaría, así, los atracos, insultos, peleas, accidentes fortuitos que acontecen en la urbe, o cualquier percance que pudiera surgir al lado de esa sociedad en estado comatoso con un futuro incierto ante tanta vaguedad y nihilismo. Era una decisión tan gratificante como radical; pero en la que sólo veía ventajas. El control en mi vida era absoluto. Ya nada ni nadie podían invadir mi región, mi propiedad, mi ser, mi ego. La misantropía no era un problema, sino la solución ante tanta banalidad. Mis miedos decrecieron en un alto porcentaje.

Comenzó así, una etapa gratificante en mi vida que no había disfrutado desde que cambié de decoración al nuevo piso, una sensación de placer tal que me daban escalofríos; pero esta vez de regodeo. Ahora podía sentir por completo el control de mi piso, de mis circunstancias y de mi propio ego, que me hizo azulejar el baño de espejos. Sentía la necesidad de complacerme con mí propio cuerpo todas las mañanas, allí metido disfrutaba aún más y no quería saber nada del exterior, del resto insignificante que habitaba fuera, de sus odios, sus manías, sus quejas, sus olores, eran personas que no se adaptaban a mi propia vida, eran incapaces de comprender y estar a la altura de mi ética y mi moral. Yo hacía porque pudieran progresar con mi estilo de vida donde no daba nada por hecho, había que trabajar en cada detalle para poder convivir en armonía; pero fue en vano, sus cerebros simiescos se oprimían entre ellos y, peor aún, eran dañinos a su propio espíritu. Si no llegaban a quererse a ellos mismos, cómo iban a querer a los demás. Tanta reflexión me hizo vanagloriar la misoginia que retenía desde que conocí a mi madre, es decir, desde que abrí los ojos por primera vez. Era un hecho indefectible el odio a las mujeres, y como consecuencia de ello, sabía, sin lugar a dudas, que tarde o temprano la aversión a los hombres iba a recaer en mí.

La espiritualidad reinaba en los límites que podía controlar, es decir, hasta los muros de mi apreciado hogar, en cambio, fuera seguían discutiendo por la tardanza del metro, el cambio climático que nos llevaba a una catástrofe, el nuevo gobierno... los límites de la podredumbre se acercaban cada vez más a las sociedades más avanzadas. El que no estaba podrido por fuera, lo estaba por dentro: la avaricia les corrompía a todos como manzanas podridas, era el virus del nuevo siglo que incrementaba cuando más dinero poseían. Estos vómitos continuos los escupía la televisión todos los días, y harto de tanta estupidez decidí dejar de verla. He de decir que esta medida me llevó a buscar nuevas vías de escape al tiempo libre y, a su vez, me catapultó a una inquisición a cualquier tipo de ocio que transitaba por mi casa: la música empezó a asustarme con tanta cursilería, fabulas o reivindicaciones absurdas que no amedrentaban ni un ápice de mi estupor, por lo que la caza de brujas comenzó con los discos de pop de los noventa, pase a continuación a la quema de los elepés más hits de la historia de la música española, aunque suene descabellado intuí ciertos alaridos en la pequeña fogata que organicé en el balcón. Los malos presagios se consumían en cada disco compacto que revoloteaba aún en mi cabeza. Por la noche, descansé como un niño.

No pasó ni una semana cuando empecé a sentirme mal. Me picaba el cuerpo por todas partes, tenía ardores en el estómago y los principios fatales me perturbaron de nuevo. Para evitar pensarlo me duché con agua fría y poco a poco me fui calmando. Me escurrí en la bañera, goteando y temblando; pero relajado. Salí de la ducha y no me sequé. Anduve todo el día desnudo por mi casa. Trabajé duro y sin parar hasta que anocheció; pero valió la pena, ya que, por una parte, pude acabar el informe que teníamos que presentar para la supuesta adquisición de nuestra empresa por parte de los teutónicos, y por otra, deduje que de hoy en adelante no iba a vestirme jamás; por lo que vacié los armarios y quemé todo mi vestuario. Este hecho repercutió en mi estilo de vida: las bases de datos con toda mi vestimenta, los muebles milimetrados, etcétera. Ahora tomaba un nuevo rumbo mi decoración, y, fue entonces, cuando algún petulante mueble empezaba a molestar y organicé un estilo más simple en todas las estancias.

Los problemas no hicieron más que empezar cuando empecé a notar mi piel más seca, y en algunas partes, más sucia. Tenía la necesidad de estar bajo la ducha constantemente, lo que me repercutió en el rendimiento del trabajo, por primera vez en mi vida laboral entregué unos informes tarde. A mis superiores no les hizo mucha gracia toda las exquisiteces que me tome en su día; en cambio sabían que era un trabajador eficiente para la empresa y eso sólo significaba rentabilidad; pero el hecho de que me confundiera tan sólo un día era la excusa perfecta para sacar todos los trapos sucios y aturdir mi pertinente tranquilidad. Viví el comienzo de mi debacle aquella fatídica noche que apenas pude dormir. Sentí ahogo en cada recuerdo de las palabras que me afligieron, di vueltas y más vueltas por el colchón, los sudores me irritaron todo el cuerpo, sentí picores, dificultad para respirar, empecé a hablar solo como si hubiera perdido la cordura, mi imaginación perdió toda lógica y naufragó en una espiral de enajenación y quijotada. Cuando desperté, el estupor me invadió al observar el horror que me había abatido aquella funesta noche. Las sábanas habían perdido el esplendor del primer día y se habían convertido en un sucio trapo lleno de manchas rojizas. El colchón olía a pestilencia de vómitos y orines, al igual que la almohada, o más bien, lo poco que quedaba de ella, ya que la espuma estaba esparcida por todo el cuarto. El reflejo de mi imagen no engañaba: tenía magulladuras por todo mi cuerpo, heridas profundas cicatrizadas por el sudor, roces en las ingles, los codos y la cabeza. No había parte de mi cuerpo donde se hallara calma. Me encontraba hundido en mi propio ser, ya no sentía nauseas, ni escalofríos, no pensé en nada, tenía una especie de descanso extraño que, a la vez, me hacia sentirme bien. Los espejos no mentían, me había convertido en un ser monstruoso autogestionado por mi propio ego, y, ahora, ese mismo ego me estaba destrozando. Todo ese bagaje de moralinas y éticas cohabitaban en mi mismo, ya no formaban parte de mi propia lucidez, se habían emancipado y me convirtieron en un enemigo más a extinguir. Las críticas a otros me las escupía en mi propia imagen. Directas y sin tapujos. Ya no formaban parte de mi propia alienación, ya que mi propio ser me había superado y comprendí su soberanía. Me rendí ante él. No tenía escapatoria, ni mis lloros ni plegarias bastaron para auto convencerme y postrado ante las infinitas imágenes que se distribuían en los espejos del baño me suicidé.




Gustavo Prieto García (Valladolid, 1979). Tras finalizar sus estudios de Técnico Superior en Imagen se traslada a Madrid para formarse como guionista. Continúa su afición por el cine realizando su cuarto y quinto cortometraje en la capital. L'amour, su último trabajo, fue rodado en cine (S16 mm) y, además de conseguir más de 60 selecciones, obtuvo nueve premios. Trabaja en varias productoras y continúa su afición de las letras escribiendo cuentos y novelas. Maniquíes es un relato de terror que forma parte de un recopilatorio de otras historias de este género publicado en el libro «Déjame salir» de la editorial Círculo Rojo.

web: http://www.gustavoprieto.com/
blog: http://gustavoprieto.blogia.com/


Tamara Román Barbero (Madrid, 1983), Licenciada en Comunicación Audiovisual, y Técnico en Aplicaciones Multimedia. Desde muy joven y hasta hoy sigue con su pasión por la fotografía. En 2008 decide compartir su visión del mundo a través de internet con su página www.observamasquemira.es.



LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Las opiniones y los comentarios emitidos en este blog por las personas que en el mismo colaboran, son emitidos, todos ellos y en cualquier formato, a título personal por los diferentes autores. Este blog no suscribe ni secunda necesariamente cuanto en él se exprese.



La Fanzine en Facebook