Se fue a vivir el miedo a otra ciudad,
a robarle amaneceres a la noche,
a despertarse frío en una cama –doble-,
a maquillarse la fe
para el sexo de los domingos.
Porque el desengaño no era
un dolor fácil para la distinción,
un whisky caro
en cualquier bar de moda.
Ya no tenía razones para seguir allí,
pero las inventaba. Como esos poetas
que no le cantan a las flores
así agonizo, deliberadamente.
Fernán G. es un personaje inventado por otro personaje no menos inventado para ocultar su miedo al fracaso. Este último ganó, en su adolescencia, algunos concursos de literatura en el instituto. La nada le persigue. Actualmente, intenta reunir sus poemas en un poemario más o menos decente.
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