Tardé mucho en sacar todos los cacharros de aquel fregadero industrial, debajo de todo aquel montón de mierda se había formado un caldo de comida, moho y escolopendras. Analía se había marchado cinco meses antes, dejándome todo aquel desastre por limpiar y sin dar explicaciones, sólo heridas y sabor a sangre. La casa entera daba asco; olía a podredumbre, a muerte, a descomposición. En el poco aire que llenaba las habitaciones flotaba olvido, se había estancado convirtiendo todo aquello en un despropósito pegajoso y estático. Recuerdo que cuando me levanté de la cama el martes siguiente pisé un cadáver de ratón, le reventé los huesos, el único sonido que se escuchó en el apartamento fue una especie de crack y pude sentir a la perfección como las vísceras del roedor se desparramaban sobre la moqueta; entonces volví a sentarme, levanté la pierna y me limpié con la sábana raída. Esos días no salí de casa ni me molesté en abrir las ventanas, oscuridad, necesitaba oscuridad, algo dentro de mí me decía que era lo que me merecía, el justo castigo por no haber sabido llevar todo con dignidad. Una noche después de que se hubiese marchado la encontré en la bañera desnuda, estaba preciosa limpia reluciente, no hacía juego con el resto de la casa. Las tetas sobresalían un poco del agua, flotaban cómodamente, cada vez que ella respiraba observaba a la perfección el movimiento al que se veían sometidas. Empecé a desnudarme. Ella sólo me miraba, como perdida, tampoco sentí la necesidad de hablarle, ni ella de hablarme a mí. Sólo nos mirábamos. Y mientras, yo me desnudaba. A su lado era consciente de lo mal que olía mi cuerpo, de lo sucia que estaba. Llevaba mucho tiempo sin saber lo que era una buena ducha. De repente, al verme reflejada en el espejo que cubría la pared de encima de la bañera me sentí vieja, mi piel había envejecido, mis tetas ya no eran las mismas, incluso mi cara estaba surcada por arrugas, era carne flácida, pellejo pegado a un saco de huesos. Al acabar de desnudarme me metí en la bañera con ella, encajando nuestros cuerpos como tantas veces habíamos hecho. Sujeté mi peso con mi brazo y mi pierna izquierda y me agaché para besarla. En cuanto su lengua estuvo en mi boca mi cuerpo recuperó su antigua forma, o esa fue la sensación que tuve. Quería follarla. Follándola mis tetas volvían a su antiguo estado, follándola me olvidaba de todo lo que había sucedido después. Metí mi mano entre sus piernas. Ya no podía razonar. No la dejé que me tocase. No era necesario. Era yo aquella vez la que quería romper las barreras que antes nos habíamos construido. Tardé bastante en darme cuenta de las cucarachas que empezaron a invadir su cuerpo, la bañera, la habitación. Intenté matarlas, no paré de matar bichos, pero cuantos más mataba más aparecían. La estaban sepultando en la bañera. Me preocupé de verdad cuando dejé de ver sus tetas, sólo cucarachas que no paraban de moverse, incesantes. Por la mañana pisé el ratón. A la semana siguiente empecé a hacerme cortes sólo para sentir algo. Un mes después descubrí que eso de que la sangre es caliente es mentira, descubrí que cuando la sangre resbala por mi piel lo hace fría, casi congelada, descubrí que me gusta ver las heridas gotear, que cuando la lames no es metálica sino dulce, y que cuando tragas la sensación es similar a la que deja la lefa o a la que tienes después de comer un coño, se te queda en la garganta, a medio camino, atascada.
PD: Al fin y al cabo también es un fluido.
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