Llevaba
siete años practicando una doble vida. No había simulación alguna
en ello pues amaba a Berta. Y lo demostraba cuando estaban juntos. Igualmente adoraba a Susana y también procuraba hacerla feliz.
Él
se definía a sí mismo como un tipo familiar, hogareño, incluso
conservador. No tenía aventuras extramaritales ya que estaba casado
con las dos mujeres. Y ninguna de ellas conocía la existencia de la
otra.
La única carencia en su vida
afectiva era la ausencia de hijos. Berta había estado embarazada una
vez, casi al comienzo de su matrimonio, pero había abortado de más
de cinco meses, cuando él se hallaba fuera de Madrid, precisamente
con Susana. Había regresado justo para el parto y se encontró con
el drama. Su mujer, todavía delicada e hipersensible tras el funesto
hecho no le formuló, sin embargo, ningún reproche. Era una
magnífica compañera, incluso en la distancia, y Juan se lo había
agradecido mostrándose desde entonces aún más cariñoso, si es que
eso fuera posible.
Su otra esposa quizás era más
dulce, pero menos expresiva en sus afectos. Juan, sin saber muy bien
porqué, lo atribuía a su condición de catalana. O quizá fuese
debido a sus constantes y largos viajes como azafata. Por eso,
también, no habían tenido hijos, aunque hablaron de esa posibilidad
al comienzo de su relación. Hace tiempo que habían dejado de
hacerlo.
Juan acababa de despedir a Susana en
el aeropuerto de El Prat. Lo hacía habitualmente. Se trataba sólo
de un pequeño detalle, casi banal, pero le agradaba la repetición
de aquel ritual. Ahora se encontraba solo en casa, bebiendo un
güisqui y mirando distraídamente la foto enmarcada de su mujer con
su amiga Greta colocada sobre una mesita del cuarto de estar, cuando
sonó el teléfono.
Se trataba del director general de
su compañía. Tenía que volver de inmediato a Madrid, pues se había
producido un problema informático de mil narices que debía resolver
él, personalmente.
No le gustaban los cambios bruscos
en su rutina ni las improvisaciones. Era una persona metódica que se
basaba en el estricto rigor de sus hábitos: medio año en la central
de Barcelona, con episódicos viajes a las oficinas del este y del
sur de la península, y otro medio en la delegación de Madrid, con
sus correspondientes desplazamientos a las sedes del norte y del
oeste de España. Es decir, seis meses en el ámbito familiar de
Susana y otros seis en el de Berta.
No le llamó a ésta a Madrid para
explicarle el cambio de planes. No estaba seguro, ni siquiera, de si
debía ir a verla. Berta era tan organizada y tan precisa como él,
con sus guardias en el hospital, su horario prefijado de atención a
los enfermos y su planificación a largo plazo de las intervenciones
quirúrgicas. Cualquier modificación en sus pautas de conducta, él
lo sabía perfectamente, la perturbaba.
Se habían conocido cuando Juan hubo
de someterse a una simple operación de apendicitis y se enamoraron
rendidamente, de inmediato. Sonrió al recordarlo. No tuvo que hacer
trampas entonces con el papeleo pues aquel fue su primer matrimonio.
El segundo, con Susana, se produjo casi tan rápido como el otro. Con
tan escaso intervalo de tiempo entre ambas bodas, que pudo utilizar
los mismos papeles. Como no había falsificado los documentos, en
sentido estricto, se decía a sí mismo que lo suyo no era un fraude,
que no había cometido ningún delito.
A Susana la conoció en un insólito
viaje transoceánico. Hablaron largo y tendido durante el trayecto y
al llegar a Bogotá, donde le había enviado excepcionalmente la
empresa a realizar unas gestiones concretas, se casaron. “Eres
exactamente el hombre que estaba buscando”, le dijo Susana, por
toda explicación. Lógicamente, él no iba a contarle que ya estaba
casado. Así que omitió el detalle.
Llegó a Madrid sumido en estos
placenteros recuerdos y al ir a tomar un taxi vio a su mujer, o sea,
a Berta, subir a un coche con un tipo a quien miraba toda
acaramelada. Lleno de estupor, sólo le dio tiempo de decir al
taxista, como en las películas: “Siga a ese coche”.
Tras el pasmo inicial, ya ni le
sorprendió que ambos vehículos se parasen ante el que era su
domicilio madrileño. Mientras se bajaba del taxi fue visto por la
horrorizada Berta quien se repuso al instante y, tras musitar algo al
oído de su acompañante, se dirigió rápida y enérgica hacia él.
Le dio dos sonoros besos en las
mejillas y antes de que pudiera reponerse le dijo: “No montes
ninguna escena. Y menos delante de mi marido y de mis hijos”. “¿Tu
marido?”. “¿Tus hijos?” Acertó a formular las frases a duras
penas, mientras por encima del hombro de la mujer veía salir del
coche a un niño de unos cinco años y una niña de dos. Palideció
al comprobar, a pesar de la distancia, el parecido de aquellos niños
con él mismo.
“No armes ningún alboroto”,
seguía diciéndole una desconocida Berta, fría como un témpano:
“Roberto cree que son hijos suyos”. “O… o sea —balbució
Juan—, que aquella vez no hubo tal aborto…” “Ya ves —le
respondió su mujer, con una mueca maligna—: tus prolongadas
ausencias han dado de sí para que yo pudiera parir varios hijos sin
que te dieses cuenta”. “Pe… pero, ¿tu marido, dices?”. “¿Qué
te crees? —rió ya francamente la otra— ¿Que eres el único en
tener una doble vida, con dos cónyuges y dos familias?” “¡Así
que sabes lo de Susana!”. “Claro que sé lo de Susana y también
con quién te engaña”.
Minutos después, el hundido y
avejentado bígamo llamaba a la puerta de la habitación 112 del
Hotel Wellington, al comienzo de la calle Velázquez, tal como
acababa de decirle Berta. Una esplendorosa Susana, radiante de amor y
sexo, que él creía volando hacia Nueva York, le abrió la puerta
antes de quedarse petrificada por el asombro. Por su parte, Juan,
anonadado, vio en la cama al fondo de la habitación, apenas cubierta
por una sábana, a Greta, la inseparable amiga de su mujer, con la
que él suponía que se entretenía durante sus ausencias, pero, eso
sí, de una forma bien distinta.
De la enciclopedia digital WIKIPEDIA:
Enrique Arias Vega, periodista y economista bilbaíno, diplomado en Stanford (USA), lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundo, de Nueva York.Entre otros cargos, ha sido director de El Periódico, de Barcelona, El Adelanto, de Salamanca, y la edición de ABC en la Comunidad Valenciana, así como director general de publicaciones de Grupo Zeta y asesor de varias empresas de comunicación.En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo obtenido varios premios en ambos menesteres, entre ellos el nacional de periodismo gastronómico Álvaro Cunqueiro (2004), el de Novela Corta Ategua (2005) y el de periodismo social de la Comunidad Valenciana, Convivir (2006) y el de casco histórico Compostela Monumental (2011).Sus últimos libros publicados han sido sendas compilaciones de artículos de prensa: España y otras impertinencias (2009) y Valencia, entre el cielo y el infierno (2008), así como otra de relatos cortos: Nada es lo que parece (2008). Es autor, también, entre diversas obras, de la novela El Ejecutivo (2006), de la que ya van publicadas tres ediciones, de Ir contra corriente (2007) y de una antología de semblanzas bajo el título de Personajes de toda la vida (2007).
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