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lunes, 26 de agosto de 2013
viernes, 23 de agosto de 2013
25 años y aún cree. Mara Blackflower
Mara Blackflower |
25 años y aún cree en el matrimonio
25 años y aún cree en el amor para toda la vida
En los hijos
En casarse en una iglesia
En la marcha nupcial y el traje blanco
En la familia feliz...
25 años y sus amigas casadas aún no hablaron
25 años y aún cree en el príncipe azul
25 años y aún en la casa con jardín
25 años y todavía no le ha estallado la vida entre las manos
miércoles, 21 de agosto de 2013
El futuro. Rosana Ample
Mi reloj biológico
llevaba años con los tic tacs a plena flor de piel. Sin embargo una
pena en mi interior afloraba cada vez que me planteaba engendrar un
vástago.
Mi pareja, harta de mis “Sí, pero
no…” sugirió diseñar un futuro a nuestra imagen y semejanza.
Yo quería que mis
retoños crecieran en un mundo parecido al de mi infancia, pero con
más amor y crecimiento. Tenía las herramientas que mis padres no
tuvieron, debía hacerlo.
Y aquí estoy, en la isla Conciencia,
frente la arena de una playa desértica, viendo a mis gemelas como
hacen taichí con su profesora.
Desconocen de la
tecnología del siglo XXI. Palabras como una wii, facebook o play
station, suenan a arameo en sus oídos. No ven la televisión, sólo
películas de cine clásico y en versión original.
Paulatinamente,
les hablamos de ese mundo que hay ahí afuera, el cual eventualmente
desean descubrir.
Mi pareja trabaja
desde casa como informático, su oficina, es un pequeño bunker con
clave secreta para acceder. Las niñas, imaginan que papá se teletransporta hasta el planetaLaboral puesto que necesita
traer dinero a casa. Cuando ellas se hagan mayores, se tele
transportaran…será algo sacrificado, un cambio duro. Así que de
momento, no se les antoja demasiado lo que puede haber ahí dentro…
Yo no suelo teletransportarme muy a menudo, solo que mantengo amigos en el planeta
Laboral y en el planeta Jungla de los que no quiero
perder el contacto.
Mi trabajo es
cuidar de ellas y sobre todo, ser su docente. Les gusta que les
cuente batallitas de historia mundial, porque les pongo un toque de
humor, pero lo que más les gusta desde que cumplieron los cuatro
años es subir a la montaña y coger flores silvestres, plantas
medicinales y especias. Les divierte ir al huerto y recoger las
hortalizas frescas, descubrir que donde había un pimiento verde, al
día siguiente es color rojo. Tirar de ese trozo verde anclado y
sacar de la tierra una zanahoria.
Últimamente, me
tienen muy enfadada, les ha dado por entrar al gallinero y gritar a
las pobres gallinas mientras ponen. Tampoco me gusta cuando destripan
a un caracol para ver cómo es su casa por dentro.
Cada día escribo
en un cuaderno sus experiencias, sus preguntas racionales que me
dejan fuera de juego. Queda muy poco para que se hagan mayores y me
da pena. Solo deseo que siempre quieran vivir en Conciencia,
aunque un día tengan que emigrar a Laboral o vivir en Jungla.
Que nunca olviden sus raíces, que vuelvan a Conciencia
siempre que puedan.
lunes, 19 de agosto de 2013
Luna llena. Fabiana Iglesias
La luna llena era una aparición en
medio del escenario nocturno. Aquel cuadro del cielo siempre había
sido un consuelo para ella, hasta ese día.
Era muy tarde; sus amigas dormían en
el bungalow que habían alquilado, y la playa estaba desierta. Tiró
la colilla del último cigarrillo, recordando la pelea definitiva con
su novio. Tanto tiempo juntos; tantos proyectos, tantos planes...
Alguna vez –lo sabía con certeza–
se habían amado con locura. Quizás por ese motivo le costaba tanto
aceptar aquel final.
Sintió un agudo dolor en el pecho; se
dejó caer en la arena con un gemido y lloró hasta quedarse sin
fuerzas, completamente agotada.
No supo cuánto tiempo transcurrió
hasta el momento en que tuvo la sensación de no hallarse sola en la
playa.
Con los ojos entrecerrados vio cómo
alguien se acercaba a ella a hurtadillas, oculto entre las sombras de
las palmeras.
La joven se estremeció. No debería
haberse alejado tanto del grupo. Era demasiado tarde; nadie podría
ayudarla.
La luna que proyectaba su luz en las
tranquilas aguas negras, fue el único testigo del ataque.
La arena absorbió la sangre; el aire
recogió los gritos y el chapoteo de un cuerpo caído en el agua, que
pronto la marea arrastraría hasta el fondo del mar, en una
improvisada tumba.
Después, la calma.
Al poco tiempo un largo aullido
sobrenatural rompió el silencio nocturno, y una sombra escurridiza
se alejó de allí fundiéndose con la oscuridad.
Llegó la mañana, y las amigas que
ocupaban el bungalow se levantaron con resaca. Habían tenido sueños
extraños; algunas de ellas incluso bromeaban por causa del olor a
perro mojado que parecía invadir la habitación donde dormían.
Solo la paseante nocturna señaló lo
que era obvio: se hallaban bajo el hechizo de la luna llena.
Entonces todas sacudieron sus patas y
salieron correteando al exterior, entre ladridos de júbilo.
Fabiana Iglesias, nacida en Argentina, actualmente vivo en Málaga. Estudié filosofía y el año 2008 escribo mi primera novela. Acabo de publicar un libro de relatos de terror llamado "La guarida del monstruo" en versión Kindle, editado por Amazon.comMi blog es: http://fabiiglesias.blogspot.com.es/
Juego de letras. Eva María Medina Moreno
Tenía todo preparado. Los folios, a la izquierda.
Bolígrafos, dos de cada color −rojo, azul y negro−, a mi
derecha. El ordenador, en el centro. La silla, muy cerca de la mesa,
con el cojín para los riñones, dos paquetes de cigarrillos y un
vaso de whisky con hielos. Así me imaginaba la mesa de un escritor,
aunque todo revuelto. Caótico.
Mezclé los bolígrafos con las hojas. Se cayeron folios
y bolígrafos. Les di una patada. Escritor maldito, me dije con
sonrisa diabólica. Encendí un cigarrillo, que saqué de uno de los
paquetes de Marlboro que había comprado esa mañana. Imaginé que me
entrevistaban, para El País
o El Mundo, y puse
posturas de gran intelectual; ahora con la mano izquierda, en la
frente, apretando las sienes, ahora con el cigarrillo en la boca
intentando decir algo ingenioso tras la tos. Tiré la ceniza, que
cayó dentro y fuera del cenicero. Cogí el vaso de whisky. Lo moví,
circularmente, necesitaba oír el clic, clic
de los hielos. Me lo llevé a la nariz y bebí. No me gustó el
sabor, tampoco el del tabaco, pero daba un toque especial, de
artista.
Dejé que el cigarrillo se consumiese, que los hielos se
deshicieran y me acerqué el portátil. Los dedos en el aire, como
pianista al comienzo de un concierto. Estaba en tensión; demasiada
tensión para una buena escritura. Le di dos sorbos al whisky. El
nombre del personaje. Ricardo. Me gustaba, tenía fuerza. Ricardo
Corazón de León. Ricardo III.
Di a la «r»; una, dos, tres veces. Mantuve el dedo
presionado. Las erres
fueron uniéndose hasta llenar la pantalla. Las borré. Pensé en lo
difícil que era escribir. Solo sentarse frente a una pantalla tan
blanca atemorizaba; parecía que las palabras, las ideas, huyesen,
como esas erres que ya
había borrado.
Antes de retirar el ordenador y probar con el papel, di
a la «r» y la guardé como documento. Me hizo gracia mi hazaña,
que celebré con caladas al cigarrillo y un buen trago de whisky.
Cogí folios y el bolígrafo negro. «Espalda recta, ojos al frente»,
me dije acordándome de la mili, «al objetivo». El objetivo era
escribir algo, lo que fuese, aunque estuviera mal escrito. Sentir que
a un sujeto sigue un verbo, que los complementos se van arrimando a
la frase, que a una frase sigue otra, que hay armonía entre ellas,
que van casi de la mano. Encendí un cigarrillo y contemplé el humo.
Cuántas veces había soñado desaparecer de una manera tan elegante.
Adquirir esa materia volátil.
Cómo empezar. Ricardo, a sus
treintaicinco años. Horrible. Ricardo,
hombre sincero y robusto. Hombre sincero y
robusto. ¡Dios! Las taché. Los críticos lo reprobarían. Mientras
pensaba en el argumento, dibujé erres;
mayúsculas, minúsculas, alargadas. Cuando me cansé, arrugué la
hoja y la tiré a la papelera. Hice una buena canasta. Apagué
cigarrillo y portátil, y fui al baño.
Mientras me subía los pantalones, me vi en el espejo.
Tenía más ojeras. Lo blanco de los ojos con venas rojas. Me dolía
la garganta. Saqué la lengua; amarillenta. No quise seguir
indagando.
Miré por la ventana del salón, mientras pensaba en la
tontería que había hecho guardando un documento solo con la letra
«r». Me reí. En el piso de enfrente, vi al viejo que hablaba
dirigiéndose a un reloj de pared.
Recordé que había imaginado que era viudo y que
ese reloj antiguo sería un recuerdo de su mujer, como si ese objeto
fuera la imagen personificada de ella. Me pregunté si hablaría
todas las noches dirigiéndose a él. Quizá queden conversaciones
pendientes, o le eche cosas en cara. Puede que le cuente lo que hace
cada día, cómo va el país, algún cambio en el barrio, la
ampliación del metro, la muerte de algún conocido. Si tienen hijos,
le comentará cómo les va en el trabajo, con sus mujeres, cómo van
creciendo los nietos.
El reloj de pared, pensé. Una abuela que se llevase mal
con su nieta podría dejárselo en herencia. Este podría llegar en
una caja de contrachapado, pintada de negro, que le recordase el
féretro de su abuela. Símbolo: reloj de pared−abuela.
Como símbolo podría meterse en muchas
historias, menos macabras. Desde
que le dejaron la «caja» la nieta no sale de casa y, aunque sabe lo
que es, no se atreve a abrirla. El desenlace: la nieta puede quedarse
velando al reloj, contándole todo el daño que le ha hecho.
Muy parecido a
Cinco horas
con Mario.
Descartar.
Se me ocurrió otra historia. Cogí
mi cuaderno, me senté en el sillón y escribí: Un
hombre está leyendo. Le molesta el ruido que hace el reloj de pared.
Se le hace insoportable. Ese tictac repetitivo, monótono. Cuando no
aguanta más lo tira al suelo, destrozándolo. Vuelve a leer. No
puede concentrarse. Echa de menos ese ruido que antes le desesperaba.
Levanta el reloj y coge los trozos, poniéndolos en su sitio. Las
manillas marcan la hora en que se paró. Once menos cuarto. Se sienta
frente a él y espera a que sea la hora.
Fui a mi estudio. No quería perder tiempo, tenía que
escribir.
Estuve media hora escribiendo y borrando. Decidí
dejarlo. Abrí el único archivo que tenía. La «r» parecía
mirarme con altivez. Me surgió la idea para un relato. Un
hombre escribe. Una hora, cuatro. En la pantalla, una «r». Sigue
escribiendo. Las cinco, las siete. En la pantalla, una «r». Llega
la noche. El cuello le duele, los músculos de los hombros tiran.
Necesita un descanso pero sigue escribiendo. Mañana, mediodía,
noche. Solo oye el ruido de sus dedos en las teclas de plástico. «La
historia fluye», piensa y sonríe. En la pantalla, una «r». La
mira, desafiante. «Levantarme, huir». Pero el hombre sigue; sigue
escribiendo.
domingo, 18 de agosto de 2013
Big Bang. Patricia K. Olivera
Con ser selva, o río, quizá ciudad, será suficiente para que se cumpla el plan. Desde el principio los planos fueron fríamente imaginados, dibujados y estudiados hasta el cansancio.
El proyecto fue repasado una y otra vez por el ideólogo, asesorado por su séquito de ingenieros y ayudantes.
Ya está todo listo, la hora señalada llegó. Con un batir de palmas el gran espectáculo da comienzo y el Big Bang inicia la gran expansión del universo.
Todo se llevará a cabo de acuerdo al esquema de creación.
sábado, 17 de agosto de 2013
Sleeper. Rolando Revagliatti
Aquí,
en el futuro de él
lo
hemos rehabilitado satisfactoriamente
De
su inmersión criogénica
a
su futuro, éste
nuestro
presente
Sosténgase
en sus circunstancias
recomendamos
al precioso sujeto
infiltrado
Y
ejerza de tal para nosotros
ala
combativa del presente
De
su inmersión criogénica
y
la anestesia
al
renacer de la utopía
Proteja
nuestro futuro
y
ahora suyo
—le explicamos—.
______________
“SLEEPER”
(“El
dormilón”),
filme dirigido por Woody Allen.
Rolando Revagliatti nació en 1945 en la ciudad de Buenos Aires, la Argentina. Publicó en soporte papel un volumen que reúne su dramaturgia, dos con cuentos y relatos y quince poemarios, además de “Revagliatti – Antología Poética”, con selección y prólogo de Eduardo Dalter. Sus libros cuentan con ediciones electrónicas disponibles en http://www.revagliatti.net. Sus 185 producciones en video se hallan en http://www.youtube.com/rolandorevagliatti -
viernes, 9 de agosto de 2013
No futur. Carmen Gómez Canduela.
Apagaba el teléfono por las noches
modo avión por si alguien llamaba
-fuera por error-
o enviaba un mensaje a algún antiguo grupo.
Luego dejó de apagarlo por las noches.
Más tarde dejó de encenderlo de día.
Sin dolor
lo guardó en el cajón,
bajó las persianas,
cerró las ventanas.
Esta semana el cartero sólo trajo
facturas rechazadas,
la del gas, la última pagada,
y la denegación irrecurrible
de la prórroga del subsidio.
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