miércoles, 21 de agosto de 2013

El futuro. Rosana Ample



Mi reloj biológico llevaba años con los tic tacs a plena flor de piel. Sin embargo una pena en mi interior afloraba cada vez que me planteaba engendrar un vástago.

Mi pareja, harta de mis “Sí, pero no…” sugirió diseñar un futuro a nuestra imagen y semejanza.

Yo quería que mis retoños crecieran en un mundo parecido al de mi infancia, pero con más amor y crecimiento. Tenía las herramientas que mis padres no tuvieron, debía hacerlo.
Y aquí estoy, en la isla Conciencia, frente la arena de una playa desértica, viendo a mis gemelas como hacen taichí con su profesora.

Desconocen de la tecnología del siglo XXI. Palabras como una wii, facebook o play station, suenan a arameo en sus oídos. No ven la televisión, sólo películas de cine clásico y en versión original.

Paulatinamente, les hablamos de ese mundo que hay ahí afuera, el cual eventualmente desean descubrir.
Mi pareja trabaja desde casa como informático, su oficina, es un pequeño bunker con clave secreta para acceder. Las niñas, imaginan que papá se teletransporta hasta el planetaLaboral puesto que necesita traer dinero a casa. Cuando ellas se hagan mayores, se tele transportaran…será algo sacrificado, un cambio duro. Así que de momento, no se les antoja demasiado lo que puede haber ahí dentro…

Yo no suelo teletransportarme muy a menudo, solo que mantengo amigos en el planeta Laboral y en el planeta Jungla de los que no quiero perder el contacto.

Mi trabajo es cuidar de ellas y sobre todo, ser su docente. Les gusta que les cuente batallitas de historia mundial, porque les pongo un toque de humor, pero lo que más les gusta desde que cumplieron los cuatro años es subir a la montaña y coger flores silvestres, plantas medicinales y especias. Les divierte ir al huerto y recoger las hortalizas frescas, descubrir que donde había un pimiento verde, al día siguiente es color rojo. Tirar de ese trozo verde anclado y sacar de la tierra una zanahoria.

Últimamente, me tienen muy enfadada, les ha dado por entrar al gallinero y gritar a las pobres gallinas mientras ponen. Tampoco me gusta cuando destripan a un caracol para ver cómo es su casa por dentro.

Cada día escribo en un cuaderno sus experiencias, sus preguntas racionales que me dejan fuera de juego. Queda muy poco para que se hagan mayores y me da pena. Solo deseo que siempre quieran vivir en Conciencia, aunque un día tengan que emigrar a Laboral o vivir en Jungla. Que nunca olviden sus raíces, que vuelvan a Conciencia siempre que puedan.



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