Después de intentar dilucidar el sentido de toda existencia, comprendió que no había tal cosa: todo era un desafortunado accidente de la azarosa naturaleza. Entendió que no había magia ni poesía, sólo eran tretas para hacer que el tiempo pasara más rápido.
Trató de amar pero entendió que sólo era una ilusión que partía más rápido de lo que llegaba. Trató de odiar pero sintió que era un ejercicio desgastante y que no valía la pena tomarse el tiempo y el esfuerzo de tratar de convencer a otro de su desmesurada estupidez.
Por eso estaba ahí, con ese sentimiento de asco revolviéndose por su cuerpo, preguntándose si realmente podría ponerle fin a su vida ¿y por qué nadie más lo hacía? Parecían detestarse tanto y a los demás que seguro se harían un favor a pesar de que insistieran en su doble moral de defender una vida sin calidad.
¿Por qué tenía miedo? Al fin y al cabo no habría nadie que le juzgara, cualquier dios era el nombre de una excusa y cualquiera que le llamara ángel, estaba loco. Él no estaba para proteger con sus alas una vida maldita, que se destrozaba a sí misma, día tras día.
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