miércoles, 5 de enero de 2011

Un lugar para enterrar extraños. Solemnes. Maximiliano Spreaf

Los viejos que estaban pateando al pibe habían bajado
sonoramente por las escaleras.
Tenían palos, escobas, hasta había uno con un pequeño cuchillo
en su mano derecha.
Eran tres, pequeños, una mujer y dos hombres.
La mujer tenía un porro de marihuana en sus labios, ardiendo.
Tendría unos setenta años, ropa de turista y borceguíes azul
Francia. Era la más violenta, no paraba de sacudir su escoba sobre
la espalda del niño que se retorcía en el piso.
Uno de los hombres tenía un vestido negro, de esos de fiesta
familiar de sábado por la tarde, y una vincha en su pelo gris que
lucia como un trapo de piso que hacia años estaba tirado sobre su
cabeza. Era el del cuchillito, con el escindía la frente del joven
con inscripciones tales como “truhán” y “veneno”. El que
quedaba miraba toda la escena y se babeaba, era el mas anciano,
parecía eterno, un Matusalén suburbano, enloquecido y vil.
Relojeaba por entre unos gruesos lentes la situación y parecía
calentar motores para dar el golpe de gracia con un madero
redondo y negro que tenia entre sus añejas manos. La vereda de
esa calle era un infierno bello, dantesco a más no poder y elevado
a los cielos de la ultraviolencia senil. El pibito no paraba de
recibir golpes, se tomaba la cabeza, la espalda y las piernas, todo
en una veloz y repetitiva acción. Gritaba. Escupía sangre. Lloraba.
Tenia una camisa verde agua que se estaba convirtiendo de a poco
en un harapo grisáceo, entre la mugre de la vereda y su sangre.
La vieja del porro ardiente se estaba quedando sin escoba ya, se
deshacía en sus manos, convirtiéndose en astillas que quedaban
en el piso y el cuerpo del pobre niño. De pronto el mas anciano, el
que se babeaba, que ya se había orinado encima también, pego un

grito tremendo, como un relámpago: “Basta ya!!! Salgan!!!
……..Que ahora es solo mío !!!!!”
Su voz era nueva, jovial, fuertísima, hacia dudar de la realidad
horrible que mostraba.
Elevo el madero redondo por sobre su cabeza, se arrodillo junto al
joven, que aun era golpeado ya débilmente por la vieja de los
borceguíes azul Francia y con un golpe certero, seco y
endiablado, le partió la cabeza al pequeño. Se escucho un ruido
como de un pomelo estrellado contra una pared, y un
pequeñísimo quejido de muerte. El ancianisimo se levanto a duras
penas, contemplando la masacre, sudado, meado y aturdido. Sin
decir una palabra, los tres viejos subieron las escaleras,
ayudándose entre ellos, a duras penas, con una sonrisa radiante en
sus caras. El viejo del cuchillito dijo: “Solemne será tu madre,
pendejo desubicado…….” Y escupió el piso mientras se
acomodaba el vestido.

Itou Kouichi

1 comentario:

Anónimo dijo...

demasiada violencia, desesperacion, llantos, lamentos y sangre en este relato.
el hombre del cuchillo? lo lleva en sus harapientos? o simplemente todo es ficticio?

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