Desamor, desecho de la rutina, es una Venecia recién anegada por las frías aguas.
Vivos en el hundimiento, nos mantienen en pie las espinas inseparables de nuestra carne.
Salvémonos de la corrupción que lo ahoga todo en orgullosas ruinas sumergidas, ondulante espejo de tedio.
Sin rescoldos de su fundación. Un museo de incendios polvorientos y olvidados, nuestros incendios, salas vacías.
Taxidermia viva del hogar, a salvo de las polillas. Sí, pero también de nosotros.
Rueda la bola de cristal de un souvenir hortera, comprado en un polvoriento museo, gira y de un falso cielo sobre una ciudad de cartón nos llueven lágrimas de plástico y purpurina.
1 comentario:
Me ha gustado. Aunque, de alguna forma, me resulta aterrador.
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