Desde luego,
la insensatez
unida
a la buena voluntad
de ciertas personas
es
en ocasiones
desesperante.
Me encontraba cerca de la estación del tren
esperando no se a qué
ni
a quién.
De pronto
un gato blanco
con manchas en los flancos
pasa delante de mí
con andares
chulescos,
mirándome desafiante.
Parece llevar varios días sin comer,
juraría
que incluso semanas,
sus costillas
parecen trozos de astillas
pegadas a la piel.
Un hueso
le sobresale del lomo
dándole un aspecto fiero.
Sus ojos,
verdes como la hierba
no rehuyen el duelo.
A lo lejos
advierto a una madre
con
su hija pequeña
aproximándose al animal.
Madre
hija
y
gato
mantienen una conversación absurda.
El felino
se deja querer
y pronto
la niña lo sostiene en sus brazos.
Abren el coche y lo introducen.
Lo que nunca sabrán
es
que ese gato
tiene
alma callejera
y
por mucho que intenten
domesticarlo
o
amansarlo,
él
y
yo
sabemos
que
jamás
lo
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