¿Bajo qué circunstancia podía pasar algo así? Ni idea. No recordaba haber hecho cualquier tipo de pacto o negociación con algún dios o algún demonio. O tal vez fue en ese sueño... El caso es que ahí estaba, de rodillas, admirando el largo de sus blanquísimas piernas, preguntándose cómo podía convencerla para que levantara un poco su falda. Mirar y no tocar era la condición.
O el castigo. De un tiempo para acá era eso. Al comienzo era excitante pero desde que se volvió una obsesión, verla le revolvía el estómago. Bordeaba su contorno a centímetros.
Aspiraba su aroma. Y entonces se le ocurrió: tomó un cuchillo y con él la acarició. Las lágrimas, la expresión de dolor, el contraste de la sangre con su piel. Fue un orgasmo largo e intenso.
Y se libró de la maldición... al ver las cicatrices perdió su interés, hasta el infeliz día en que imaginó qué sentiría al tocarlas y de nuevo, todo empezó...
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