Árboles secos. José Antonio Olmedo López-Amor |
El
futuro es ese lugar imaginado donde viven los sueños, las
esperanzas, un lugar al que nos encaminamos por senderos distintos,
el inhóspito mar que irremediablemente abrazará las corrientes
humanas de nuestras azarosas vidas . Algunos se empeñan en oscurecer
ese futuro, o tal vez en manipularlo para que discurra a su antojo y
aunque sabemos que gran parte de ese devenir lo configura el pasado,
por suerte no hay matemática posible que vaticine su resultado
final, o debería decir su desenlace final, ya que ese resultado como
cima y cumbre de toda vida o inteligencia pensante es sin duda la
muerte.
El
futuro es el lugar donde pasaremos el resto de nuestra vida, por
tanto durante nuestro presente invertimos toda nuestra organización
y energía para intentar garantizar que la felicidad formará parte
de ese acontecer que nos espera, volcamos todo lo que somos
intentando influir en el albedrío del caos que seguramente no
escuchará nuestras peticiones, pero nos tranquiliza intentarlo.
Hay
personas que aceptan su vida tal y como viene, que no les asusta lo
que el futuro les depare, otros desean averiguarlo de antemano y
ponen sus ilusiones y dinero en manos de videntes. Los hay que no
piensan en el mañana, como también los que todo lo que hacen es
pensando en ese tiempo, y sin embargo no hay futuro para todos, y su
cúpula de cristal de resquebraja por momentos en función de
nuestros actos.
¿A
qué tipo de futuro podemos aspirar viviendo en una sociedad
corrompida que no es más que una dictadura disfrazada?. Si
obedecemos, sin duda optamos a un futuro de sumisión y sufrimiento,
si desobedecemos, cambiaremos la sumisión por lucha, pero
persistiremos en el sufrimiento ya que luchar no significa vencer.
Sin duda como sociedad nos hemos equivocado, hay líneas que nunca
debimos traspasar, y si hoy podemos llenar hojas enteras con todas
nuestros desengaños y atropellos, quizá sea por haber tomado
decisiones a la ligera o por no haber cuestionado a quien manipulaba
los hilos.
Si
el sistema fracasa, el futuro debería estar en manos del pueblo,
debemos comenzar un protocolo de emergencia, pero lejos de votos en
urnas y de politiqueos jerárquicos, lejos de todo lo que ha
fracasado fehacientemente. El pasado nos enseña que la Historia ha
sido escrita con sangre, con explotación, con guerras, con una
flagrante vulneración de los derechos humanos, los presentes deben
ser siempre una transición, pero para aspirar a algo más hay que
aprender de lo vivido y no ir repitiendo los errores.
Soñamos
la grandeza de bellezas no ocurridas, porque venimos de lo
tristemente acontecido, e ignoramos que quizá en lo venidero es
donde la realidad reserva toda su crudeza.
Venimos
de un extenso y dilatado pasado constatado, vivimos el más breve
tiempo que existe, el presente, y estamos condenados a desarrollarnos
y morir en un futuro incierto y desconocido que será el continente y
testigo del universal porvenir.
En
la filosofía del “nunca tiempo” el eterno
presente
es la creencia de que el pasado y el futuro son irreales y el
presente es el único y constatable bastión en que vivimos.
Tanto
el pasado, como el presente o el futuro son ámbitos del Tiempo, esa
cuarta dimensión que nos flagela y somete a sus escarnios, y el ser
humano, en su intento por trascender al imposible ha inventado el
Arte o la Religión, disciplinas que luchan contra el veredicto de la
Ciencia o el Pensamiento, materias que nos tachan de efímeros e
insignificantes.
Mientras
exista la vida habrá un futuro para alguien y cuando ya no exista un
ápice de ella, seguirá muriendo un presente para que nazca un
futuro, continuará el eviterno ciclo mecánico del Universo más
allá de nosotros y de nuestras tentativas. Entretanto, seguiremos
escudriñando los posos del café, las cartas o las bolas de cristal
con el ansia de encontrar un atisbo de futuro, seguiremos padeciendo
esa necesidad de saber qué nos espera más allá del mañana porque
está en nuestra naturaleza conocer los secretos que duermen en lo
desconocido, entre otras cosas, para dejar de temerlo.
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