Acabo de cerrar la puerta y me arrepiento. No, una puerta que se cierra no abre otra, ésta está bien cerrada, y por dentro. Desde fuera aporrean la puerta simios desnudos, vacilantes pero agarrados a la rama que les da de comer. Las cuatro paredes del vértigo me gritan, rezuman baba borracha de incertidumbre tóxica, o eso parece. ¿Dónde acaba la quimera de un horizonte y empieza el testigo de unas medias? Repto hasta mi alcoba y ajuares de redención arropan mi soledad, una noche fría que me abriga pero despiadada. Entre la puerta y yo hay un abismo, un cataclismo, un escalofrío. Las sábanas de los besos cubren mi torso hético por su perfume, y caigo de nuevo, frío ante una realidad que empapa tuétanos y reduce sesos, tibio por el mal presagio que dicte mi epitafio. Mala sombra me cobija, pero mía al fin y al cabo.
Silent Hill 4: The Room |
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