Chica Tormento entró en el lavabo iluminado con velas y cogió una de las muchas cajas de tinte rojo. Hoy le apetecía. Tapó el lavabo con el tapón y echó agua de una de las botellas apiladas al lado de la bañera. Sabía que eran necesarias para beber, para subsistir, pero pensó que hoy era el día. Abrió la caja, vertió el líquido en el agua y cogió la brocha. Se la fue pasando por el cabello de forma metódica. Tenía tiempo. Hoy, como tantas otras noches, tampoco podía dormir. Mientras se teñía el pelo miró de reojo la ventana del cuarto de baño, escrupulosamente cubierta de cinta americana.
Chico Superviviente se despertó de su sueño. Había sido un sueño inquieto, poblado de monstruos. Como sucedía en la realidad, en el mundo que les había tocado vivir. Vivir después de la bomba. Sobrevivir.
Se incorporó del colchón donde dormía empapado en sudor. El típico sudor frío causado por el miedo. Un miedo que ya formaba parte de su personalidad, como una segunda piel. Miró hacia el pasillo. Vió a chica Tormento al fondo, saliendo del wáter. Vestía tanga negro y se acababa de teñir el pelo de rojo. Hoy era uno de esos días. Avanzó hacia él como siempre, como si flotara. Le gustaba su manera de caminar, tan sutil, tan extraña, como andaría un fantasma.
Chica Tormento vió a chico Superviviente mirándola. Recordó el día que entró en su vida. Cuando salió a buscar provisiones en la tormenta. La tormenta los protegía de las bestias. Eso lo había aprendido hace ya mucho tiempo. A las bestias no les gustaban los rayos ni el agua enfurecida con ese ligero toque de ácido. Lo encontró en un viejo centro comercial, agazapado en la oscuridad, con los cabellos completamente blancos. Le tendió la mano y se lo llevó a casa, al igual que su mochila llena de cajas de tinte rojo. En ocasiones, no había suerte con la comida.
Ninguno de los dos sabía de donde habían salido las bestias.
Ninguno recordaba de dónde procedían ni quiénes habían sido antes de la bomba. No quedaban fotos. No quedaban recuerdos. Sólo existían las bestias, los sueños angustiosos de chico Superviviente y el insomnio de chica Tormento.
Chico Superviviente la miró mientras se acercaba al colchón y cogía algo de ropa de debajo de la almohada. De fondo, pudo escuchar la lluvia.
-¿Vas a salir?- le preguntó bajo el manto de canas de su pelo.
-¿Tú que crees?.
-¿Sigues sin poder dormir?.
Ella se rió. Aunque fue una carcajada hueca. Como a desgana.
-¿Sabes?. Creo que lo que me pasa es que no quiero dormir. Ya perdí la fe en los sueños. Tú deberías hacer lo mismo.
-¿No quieres que follemos antes de irte?.
Chica Tormento lo miró. Le gustaba follar con él. Pero, hoy no le apetecía. Hoy era uno de esos días. No le contestó. Se vistió con prisa. Cogió una vela y fue a otra habitación. Se puso sus botas y cogió uno de los fusiles. Y su mochila. Se la puso a la espalda y se encaminó hacia la puerta de salida pasando a través de ventanas condenadas con cinta americana para no dejar filtrar la luz, para impedir que las bestias del exterior pudieran descubrirles. Abrió la puerta sin mirar atrás, sin mirar a chico Superviviente. Sabía que si lo miraba éste intentaría convencerle con su miedo para que no saliera, y no podía consentirlo. Necesitaba más tinte rojo. Hoy era uno de esos días.
Chico Superviviente la miró cuando cerraba la puerta tras ella. Cogió una almohada y la apretó contra su pecho, mientras miraba como ardían las velas que iluminaban la casa. Su guarida. Escuchó con atención y deseó con todas sus fuerzas que no dejara de llover, porque si cesaba de llover las bestias volverían a salir. Y no quería tener insomnio. Como chica Tormento.
Chico Superviviente se despertó de su sueño. Había sido un sueño inquieto, poblado de monstruos. Como sucedía en la realidad, en el mundo que les había tocado vivir. Vivir después de la bomba. Sobrevivir.
Se incorporó del colchón donde dormía empapado en sudor. El típico sudor frío causado por el miedo. Un miedo que ya formaba parte de su personalidad, como una segunda piel. Miró hacia el pasillo. Vió a chica Tormento al fondo, saliendo del wáter. Vestía tanga negro y se acababa de teñir el pelo de rojo. Hoy era uno de esos días. Avanzó hacia él como siempre, como si flotara. Le gustaba su manera de caminar, tan sutil, tan extraña, como andaría un fantasma.
Chica Tormento vió a chico Superviviente mirándola. Recordó el día que entró en su vida. Cuando salió a buscar provisiones en la tormenta. La tormenta los protegía de las bestias. Eso lo había aprendido hace ya mucho tiempo. A las bestias no les gustaban los rayos ni el agua enfurecida con ese ligero toque de ácido. Lo encontró en un viejo centro comercial, agazapado en la oscuridad, con los cabellos completamente blancos. Le tendió la mano y se lo llevó a casa, al igual que su mochila llena de cajas de tinte rojo. En ocasiones, no había suerte con la comida.
Ninguno de los dos sabía de donde habían salido las bestias.
Ninguno recordaba de dónde procedían ni quiénes habían sido antes de la bomba. No quedaban fotos. No quedaban recuerdos. Sólo existían las bestias, los sueños angustiosos de chico Superviviente y el insomnio de chica Tormento.
Chico Superviviente la miró mientras se acercaba al colchón y cogía algo de ropa de debajo de la almohada. De fondo, pudo escuchar la lluvia.
-¿Vas a salir?- le preguntó bajo el manto de canas de su pelo.
-¿Tú que crees?.
-¿Sigues sin poder dormir?.
Ella se rió. Aunque fue una carcajada hueca. Como a desgana.
-¿Sabes?. Creo que lo que me pasa es que no quiero dormir. Ya perdí la fe en los sueños. Tú deberías hacer lo mismo.
-¿No quieres que follemos antes de irte?.
Chica Tormento lo miró. Le gustaba follar con él. Pero, hoy no le apetecía. Hoy era uno de esos días. No le contestó. Se vistió con prisa. Cogió una vela y fue a otra habitación. Se puso sus botas y cogió uno de los fusiles. Y su mochila. Se la puso a la espalda y se encaminó hacia la puerta de salida pasando a través de ventanas condenadas con cinta americana para no dejar filtrar la luz, para impedir que las bestias del exterior pudieran descubrirles. Abrió la puerta sin mirar atrás, sin mirar a chico Superviviente. Sabía que si lo miraba éste intentaría convencerle con su miedo para que no saliera, y no podía consentirlo. Necesitaba más tinte rojo. Hoy era uno de esos días.
Chico Superviviente la miró cuando cerraba la puerta tras ella. Cogió una almohada y la apretó contra su pecho, mientras miraba como ardían las velas que iluminaban la casa. Su guarida. Escuchó con atención y deseó con todas sus fuerzas que no dejara de llover, porque si cesaba de llover las bestias volverían a salir. Y no quería tener insomnio. Como chica Tormento.
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