sábado, 9 de octubre de 2010

Pepito. Velpister



Siempre tenía los ojos húmedos, pero no creo que llorase. Cuando íbamos a verlo agarraba con fuerza los barrotes. No nos daba pena. Solíamos reírnos de Pepito. Sabíamos que era extraordinariamente fuerte y peligroso, por eso tenía que estar encerrado. No le guardaba rencor por lo que me hizo, pero le temía. Todos le teníamos miedo. Le llevábamos uvas, se las comía aunque estuviesen podridas, alargaba los morros a través de las rejas, se las dábamos una a una, era divertido. Las habíamos cogido en un cultivo colindante con la finca, arriesgándonos a que el dueño nos pillase con su escopeta de postas de sal. Si algún día Pepito se escapara, quizás se acordaría de las uvas y no nos partiría en dos, como nos habían dicho que hizo con un niño. Un año o dos antes, había ido por primera vez de visita, yo y dos de mis hermanos a aquella especie de cárcel utópica y sin dueño. Pepito ya estaba preso, pero no encerrado, si no agarrado por una cadena, el habitáculo que ocupaba no tenía barrotes en la ventana, así que podía encaramarse sobre ella. No había ningún vigilante, poco antes nos avisaron, eso sí, de que no nos acercáramos demasiado. Estaba allí, con los ojos húmedos, mirándonos desde el momento en el que llegamos. La cadena no le daba demasiada libertad de movimientos. Estaba rodeado de sus excrementos, cientos de moscas y avispas zumbaban a su alrededor. Nos acercamos despacio. Como parecía tranquilo y amistoso, nos acercamos un poco más. Le llamamos por su nombre. 




De repente me cogió.
Pepito, un chimpancé enorme, me agarró por el pelo. Estábamos en el repugnante zoo de Bemposta, La Ciudad de los Muchachos. Las instalaciones eran penosas, y la seguridad inexistente. Tiraba de mí con todas sus fuerzas, sentí como me los arrancaba casi por completo. Hice fuerza para que no consiguiese cogerme del cuello, mi hermana tiraba de mí, mi hermano se quedó paralizado, siempre fue un cobardicas. Cuando se le soltaba una mano porque ya no había pelos que agarrar, inmediatamente volvía a asirme fuertemente de un nuevo mechón. Patri no me soltó, gritaba. No había nadie para ayudarnos. Marius estaba mudo, seguramente a punto de desmayarse. En cuanto a mí, no recuerdo haber gritado, no recuerdo tampoco que me temblasen las piernas, lo único que debía hacer era soltarme, tirar y tirar, no extender los brazos para que el animal no pudiese agarrarme de ellos, estaría perdido. Si me hubiese cogido me habría partido en dos como a aquel niño. Siempre tuve un pelo de mierda, muy fino y quebradizo, pelo de rata, como decía mi madre. Por eso Pepito no me mató aquel día. No le guardé rencor, prácticamente me dejó sin pelo, pero volvió a crecer. Hoy estoy calvo. No, no es cierto, casi calvo, me queda una pelusa repugnante que no acaba de caerse. A menudo he pensado que este pelo que no se me cae es el que Pepito me arrancó y volvió a nacer sin ninguna convicción para ya nunca desaparecer, por si otro chimpancé me volviese a atacar. 




Aquel día pudo morir un niño, partido en dos, en las instalaciones de Bemposta, La Ciudad de los Muchachos.



http://velpister.blogspot.com

http://velpisterpinturas.blogspot.com




2 comentarios:

Anónimo dijo...

no podía separarme del ordenador, es ¿esto cierto?

jens peter jensen silva dijo...

Gracias mis heroínas queridas.

Lorezaharra, todo ocurrió tal cual lo cuento.

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