Foucault argumenta en su Historia de la sexualidad que más que reprimirse durante siglos, la sexualidad fue intensificada, perseguida, administrada, el poder (burgués) la convirtió en piedra filosofal de la (de su) esencia humana y clave de la prosperidad. Más que una represión hubo una distribución y solidificaciónde la sexualidad.
En el siglo XIX, la sexualidad es perseguida hasta en el más ínfimo detalle de las existencias; es acorralada en las conductas, perseguida en los sueños; se la sospecha en las menores locuras, se la persigue hasta los primeros años de la infancia; pasa a ser la cifra de la individualidad, a la vez lo que permite analizarla y torna posible amaestrarla.
Lo importante es que el sexo no haya sido únicamente una cuestión de sensación y de placer, de ley o de interdicción, sino también de verdad y de falsedad, que la verdad del sexo haya llegado a ser algo esencial, útil o peligroso, precioso o temible; en suma, que el sexo haya sido constituido como una apuesta en el juego de la verdad.
(El subrayado es mío)
Estas dos citas podrían resumir la tesis presentada en el primer volumen de su “Historia de la sexualidad”.
Dos de las vertientes que sigue el poder en su búsqueda por regular y administrar la sexualidad son: la asunción del cargo de tutor, censor y gerente de la sexualidad infantil; y el proceso de “psiquiatrización” de las variaciones sexuales. Pero además, y esto es lo importante según Foucault, la “sexualidad” pasa a ser un dispositivo, un componente esencial de la persona, del individuo, cuyo sano y normal desenvolvimiento es potestad del Estado.
En esta intersección entre la sexualidad entendida como poseedora de una especie de verdad íntima y suprema, el avance del poder sobre la sexualidad, y la psiquiatrización de los “perversos” es donde debe entenderse la demonización de los paidófilos.
Según la concepción general de la sociedad, el paidófilo vendría ser aquel que altera, vulnera, afecta –intensamente y de por vida- la sexualidad de la persona, siendo la sexualidad de la persona “cifra de la individualidad”, en palabras de Foucault. Si la sexualidad es la cifra de la individualidad y el paidófilo mancha, tergiversa, destruye esa suma, ese resumen, esa esencia de la persona, entonces sólo es entendible la denigración y la persecución.
Incluyo aquellos que tan sólo fantasean, con sus fantasías, con sus sueños y deseos, manchan, ensucian, de manera que sólo se puede calificar de esotérica, la “sexualidad infantil”: sus fantasías son mancha, son ataques a la infancia. Si la sexualidad, y el poder sobre esta, invaden la vida y no sólo la vida sino también los sueños y los intersticios entre los cuerpos, las personas, las fantasías y la realidad, entonces es coherente que un poder que reclama dominio sobre los sueños, juzgue a los sueños ilegales como un cuestionamiento, una transgresión de su soberanía. Si incluso los sueños de las personas se controlan, entonces los sueños ilícitos son censurables. Un poder que administra y regula la sexualidad en todos sus aspectos, en particular los regula en las fantasías privadas.
Si comprendemos que la sexualidad sea vista como cifra de la persona, que además sea controlada, administrada y observada por el poder, y que este vea a los paidófilos como transgresores de su dominio y destructores de esta clave vital, entonces es coherente la demonización de aquellos.
Sin embargo, existe un hecho clave, histórico: Foucault establece que esta concepción de la sexualidad tiene sus orígenes en el paso de una sociedad monárquica hacia una sociedad capitalista y burguesa, es decir, en el siglo XVIII, proceso que se extendió a lo largo del siglo XIX y XX con el psicoanálisis; mientras que la demonización de los paidófilos es un fenómeno relativamente reciente, ubicable sus inicios en la segunda mitad del siglo XX.
Ahí tenemos un importante desfase temporal. Si la regulación de la sexualidad como cifra de la persona y la psiquiatrización de los perversos son fenómenos que llevan ya varios siglos, ¿cómo se explica que la demonización de los paidófilos sea tan reciente en comparación? Es evidente que algo más se hace necesario a la hora de explicar este fenómeno. De por sí solos, la protección a la infancia, la intensificación de la sexualidad y la psiquiatrización de los perversos no alcanzan a explicar el odio hacia las personas paidófilas. Entonces es claro que hay que buscar un elemento más, algo que haya cambiado, algo que surgió hacia mediados del siglo XX y que antes, en los inicios de este dispositivo y de este discurso no existía.
Ese algo son los medios masivos de comunicación.
Hacia la década del 70 y 80, los medios de comunicación, con la televisión a la cabeza, empezaron a cubrir con enfática indignación casos terribles de secuestros de niños, de violaciones, de asesinatos de menores. Las imágenes y el discurso eran impactantes: ¿quién sería capaz de hacer algo así?, preguntaba con cara de perro el presentador del noticiero. ¿Dónde residía la causa? Los medios de comunicación no tardaron en encontrar una respuesta:
Es evidente que si alguien comete las peores atrocidades con un niño es porque algo evidentemente perverso, fallado reside en su individualidad, en su persona; y si la sexualidad es la clave, la cifra, de una persona, sólo es lógico que su sexualidad sea la causa de ese defecto.
Este es el razonamiento, la deducción lógica que llevó a que millones, decenas de millones de personas creyeran de repente que si alguien viola asesina o tortura un niño es a causa de su sexualidad, que ser pedófilo es la causa, la razón de ese comportamiento infrahumano. Los medios necesitaban un motivo, una razón, y para ellos, la razón era ser paidófilo. Y promovieron, difundieron e impulsaron esta mentira.
Por supuesto que los medios de comunicación no razonaron estos sofismas: una conclusión no tiene porqué desprenderse de un razonamiento lógico, según ellos. Pero sí este es el razonamiento que no se articula, la deducción que no se explicita, pero que se encuentra detrás del discurso mediático que promueve la idea de que si alguien comete una atrocidad con un niño es debido, a causa de su sexualidad y no a otra cosa.
Las consecuencias de todo esto son la demonización, la denigración, el ridículo, y la persecución de los paidófilos. Si la sociedad ve a la sexualidad como cifra de una persona y si esta misma sociedad considera que la paidofilia es una degeneración de este centro, de este eje, entonces sólo es lógico que se deduzca que la paidofilia es una degeneración de la individualidad, de la persona como tal, tomada en su completitud, en toda su extensión.
Por lo tanto, de esta concepción se desprende ahora sí con claridad la razón por la cual la sociedad considera que un paidófilo es una aberración:
porque no se limita tan sólo a una falla, un trastocamiento de las fantasías, de los sueños, de los deseos íntimos. No se limita tan solo a un desplazamiento del objeto de deseo o de los impulsos amorosos: es un trastocamiento, una falla de la persona entera, en su totalidad, completa. Si la sexualidad invade y determina el cuerpo y el individuo, una degeneración de la sexualidad necesariamente afecta y determina totalmente a esa persona.
Foucault por supuesto que no es culpable en lo más mínimo de esto. Tan sólo se limitó a descubrir y exponer con lucidez los mecanismos por los cuales la sociedad y el poder se infiltran en la sexualidad. Es más, si ahora podemos denunciarlo y criticarlo, es porque él (o algún otro antes que él, pero hagamos como si la historia comenzara en el siglo XX) lo descubrió.
www.porlaverdad3.wordpress.com
2 comentarios:
Felicitaciones por el artículo. ¡Muy bueno!
Estoy plenamente de acuerdo,para qué el absurdo de poner límites de edad al disfrute de relaciones romanticas?porq se coarta el amor sea de la edad que sea?no se puede uno enamorar de una niña y que lo vean como natural
Publicar un comentario