Chamfort afirmaba que los únicos hombres libres son aquellos capaces de decir no. Estoy de acuerdo, pero con los matices de siempre. Valiente pude ser al decir a mi hermano que no le mataría por mucho que me lo pidiese. Yo miraba el goteo del antibiótico y el anudado tubo hueco que se hundía en la vía de su mano para anestesiarlo. El atardecer fue el momento elegido para comentarmelo, cuando nos quedábamos solos en la habitación y todos bajaban a cenar. Era cuestión de esperar su fallecimiento y yo quería aprovechar los días o semanas que pudiese estar con él. Pero me miraba a los ojos mientras hablaba, no obedecer sería romper el pacto (nunca hablado pero real) de buscar siempre lo mejor para el otro. Tres minutos que cambiaron mi vida para siempre, cuando deberían haber sido sus últimos y tan ansiados instantes. No es que no tuviese el valor suficiente como para ayudarle a liberarse de la vida, es que utilicé mi propia libertad para ser egoista y negarme. No me lo echó en cara. Los veinticuatro días -tantos como años tenía él por entonces- pasaron bajo la tristeza de las luces florescentes, con el aire otoñal que entraba desde la ciudad y la inevitable y constante decadencia de su cuerpo cada vez más enjuto y vacío. Nunca me volvió a hablar de ello, no quería que me sintiese culpable. Ninguno de los dos dijo nada. Al final no era él, pero para mí lo seguía siendo.
Ekaitz Ortega (1983, Bilbao). Fui ganador del premio Avalón de relato fantástico 2009 y he publicado relatos y poesía en Artífex, Nanoediciones, Protesis, Agitadoras, Narrativas, Solaris, La Plaga, Visiones, Valis, Ohio y otras tantas revistas. También he escrito ensayos y críticas. Prefiero alejar mis escritos de tecnicismos y centrarlos en los personajes y sus emociones, auténtica gasolina de este mundo. Nihilista, ateo, trasnochador, deportista, aficionado a la lectura y caníbal en todas mis aficiones, escribo como acto de violencia hacia la realidad.
Mi blog es ekaitzortega.blogspot.com
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