Cuelga inerte del techo. Ausencia de vida en sus ojos.
Quietud absoluta. Solo el leve balanceo que la soga le permite.
Silencio. Huida hacia ningún lugar. La nieve se derrite.
Péndulo de un reloj que ya no marca las horas.
Calendario sin hojas en la pared del comedor.
Números en rojo. Tiempo muerto.
Monóxido de carbono y dulce somnolencia.
Asientos abatibles y tapicería nueva. Música de jazz.
Cierre centralizado. Facturas sin pagar.
Ataúd de metal, mortaja de brillante azul eléctrico.
Nuevos horizontes tras cristales empañados con su último aliento.
Botellas vacías. Ceniceros llenos.
Porcelana blanca con manchas de cal. Gel de baño y acondicionador.
Acero cromado abriendo camino. Surcos profundos liberan el alma.
Fluye la savia, se desperdicia junto a la rabia y las penas, remolino de color.
Suelo mojado y cae el telón.
Miedo escénico ante la última función.
Protagonista absoluto, sin secundarios.
No habrá aplausos cuando las luces se apaguen,
pero hay que seguir y ceñirse al guion.
Créditos en forma de epitafio y fundido a negro.
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