miércoles, 19 de diciembre de 2012

Aquella tarde de circo. Eva María Medina Moreno




Me estaba meando, necesitaba ir al servicio. Me escabullí por debajo de los asientos buscando el lavabo. Entonces descubrí que el que hacía de león se fumaba un cigarrillo con la princesa rusa, a la que echaba el humo a la cara y cogía por la cintura; princesa, barriobajera, que acababa de hacer acrobacias encima de los elefantes. La cabeza de león estaba en el suelo, al lado de ellos. Iba a preguntar cómo ir al servicio, pero antes de hacerlo oí un «quítate niño» de uno de los payasos que discutía con el presentador, quien a su vez estaba comiéndose un bocadillo de chorizo y se limpiaba la grasa en la capa negra brillante. Aquello fue peor que enterarme de que los reyes eran los padres, peor que si se hubiera descubierto que la bella durmiente se drogaba, que el hada madrina y el príncipe eran amantes, y que la madre de Bambi había fingido su muerte para librarse del hijo.
Todo el encanto del circo se desplomó; el hombre-bala, el domador de leones, los equilibristas, los payasos. Toda esa magia. Había algo obsceno en el descubrimiento. El mal olor de los animales, las cagadas de los elefantes, el chihuahua del domador ladrándome, el domador escupiendo, sin hacerme caso. «El servicio, por favor». Y la mirada diabólica del payaso triste. Me meé encima.
No quise volver al circo. Mi madre nunca supo el porqué. Creo que fue desde ese día que empecé a bucear en el mundo real, con maquillajes descoloridos, y sin las máscaras de la infancia. El mundo del circo estaba podrido, la vida estaba podrida. Era como pasar a otra dimensión, en una edad en que querías aferrarte a los sueños, en que confiabas en un mundo fantástico, aunque supieses que no existía.
Aquella tarde se me cayó la carpa encima, todavía no me la he quitado. Hoy voy con mis hijos al circo y rezo para que no les entren ganas de mear.


Córvido. Eva Gallud

anudas
las patas de mis pájaros
los cebas
con tinta de plomo enrojecida
les coses
pequeños huesos de ciervo a las alas
                              y aun así
esperas que vuelen

si por una vez observaras
a la muñeca de plumas
sabrías que tiene el cráneo roto
         se le escapó la jaula
                     por los ojos

en el hueco de la espalda
guarda el esqueleto de un búho
           no es por descuido
solo una tendencia —adquirida—
a guardar
cosas muertas



Algunas amigas, que quizá nunca lo fueron. José Manuel Vara



 


 

La cocaína entra por la nariz

a una velocidad directamente proporcional

a la que experimentan algunas personas al morirse

sin enterarse apenas

de que han existido...



o lo que viene a ser lo mismo:

un libro inacabado,

una mierda de perro sin recoger,

una carta sin sello ni remite,

una llamada telefónica sin respuesta,

un beso desesperado

en las mejillas de un cadáver,

un disparo de una pistola de fogueo,

un abrazo de una persona que te odia,

una mirada perdida de un ciego,

un aborto de una mujer de más de 40,

un feto gritando a su madre:



"¿por qué me dejaste morir?"

"madre, madre, madreeeeeeeeeeeeeee,

yo confiaba en ti...

no existía nada más para mí,

¿por qué me dejaste morir?"



Sí,

una pausa para pensar,

éste es el puto poema dedicado a algunas amigas

que quizá nunca lo fueron,

pero para las que siempre estuviste ahí,

escuchando,

consolando,

queriendo;

es increíble pararse a pensar por un minuto

lo sola que debe sentirse alguna gente...



...tal vez esas amigas,

que quizá nunca lo fueron.




 

martes, 18 de diciembre de 2012

VIEJAS GLORIAS: CARNAZA PARA BUITRES (O POR QUÉ COÑO TODAVÍA NO HEMOS DENUNCIADO A DISNEY POR HABER ENGAÑADO A TODA UNA GENERACIÓN DE MUJERES). Ana Patricia Moya Rodríguez





Ojos brillantes y sonrisa de satisfacción en Alicia
cuando, eufórica, escapa al bosque:
corretea por los senderos, acogida por la sombra de los árboles,
saluda, coqueta, a las ardillas y a los pájaros de sus ramas,
explora las madrigueras, anhelando un encuentro
con el simpático conejo blanco y su reloj dorado de bolsillo,
se tumba al sol, cerca del riachuelo

pero pronto aparecen los guardianes,
y Alicia se ve acorralada por dos enfermeros y un frívolo doctor
que someten su alma risueña a una camisa de fuerza…

Pobre Alicia.

El diagnóstico: alucinaciones paranoides, desequilibrio mental.
Porque los enormes conejos que tocan la trompeta
y los gatos traviesos e invisibles no existen.
Porque ella no fue testigo de la muerte del último dodó.
Porque su imaginación concibe gusanos fumadores de opio.
Porque el ritual del té y las pastas comienza a las cinco de la
/ tarde.
Porque una monarquía desalmada de aficionados a rebanar
/ pescuezos
es una visión surrealista.

Pobre loca.

Y Alicia se rinde, sumisa: se deja arrastrar por sus captores,
asume la medicación psiquiátrica recomendada,

¿pero quién podría asegurar que Alicia estaba tan mal de la
/ cabeza?

Simplemente le afligía habitar
entre la contaminación atmosférica,
comida basura, primas de riesgo,
príncipes y princesas desleales,
hipotecas, miserias,
y poetas nihilistas.

Y por eso, el corazón se refugió en su realidad.

Dios te bendiga, Alicia.

Dios bendiga a los locos.

Me voy de este cuento. Begoña Leonardo

http://greenweddingshoes.com/the-story-of-cinderella/




Cántame la canción que nos libere
y cuéntame un  cuento.
Uno donde nadie se acomode, 
donde el amor venga lento
detrás del respeto.
Pasos que acaricien 
la alegría de  alcanzarte
que suave se apoderen de la risa
de la melodía de ser libres 
y completos.
Tú me contaste uno antiguo,
rancio y verde.
La condena, 
que enloquece a cenicienta
¿dónde están las perdices, que no quiere la princesa?
Yo no quiero un príncipe encantado 
quiero encantarme con el príncipe… 
Me voy de este cuento,
hay un tren a las diez.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Pasa la vida, pasa el amor. Cecilio Olivero Muñoz


PASA LA VIDA
PASA EL AMOR

Pasa la vida, pasa el amor
como un autobús incierto,
me pesan los días,
me pesa la tarea austera,
me pesa el lastre de ser estorbo,
me pesa el pasado.
Quisiera revolcarme
en la cima de la fiesta,
quisiera tener aventuras
aunque sean desde el ascensor.
Me divorcié siendo un tardío
treintañero con deudas,
cuando las pague todas
seré un cuarentón cansado,
cansado del austero vivir
para pagar,
cansado del encierro solitario
por orgullo,
deudas que no disfruté yo
y con el sudor de mis padres pago,
no dispongo de gallera,
ni de espolón de gallo de pelea,
dispongo de mí mismo,
más no se puede pedir.
No creo en la violencia,
aunque muchos
me la hayan despertado.
Creo que el hombre es bueno
pero tres cosas le envilecen,
la opresión, la vulgar economía
y de la otra prefiero no hablar.



Conversación en el Nenúfar. Yudit Vidal Faife


jueves, 13 de diciembre de 2012

Mariposas en el estómago. b0rg1r


Charlotte. Rafael Indi




"Algún día las hormigas cobrarán su venganza"
, decías,
mientras contaba las vueltas de aquel tiovivo.
Así pasábamos las noches,
peceras de marionetas hundidas
en mitad del Raval,
el único lugar donde los escotes
creen en Dios a su manera.

Después de tantos años
sigo aprendiendo de memoria el papel impuesto:
jugar a ser la muerte roja
en fiestas de guardar y quemar.
Tantos años intruso de la gran mascarada,
secreta bajo altos techos
y escaleras de nácar.

Tantos años sin saber
que eras la mujer de ojos verdes
en aquella canción de Nacho Vegas,
esa que ofrece agua de mar
como remedio a la sed.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Cabalgas Tormentas. Orlando Santana García


Cabalgas tormentas
en cielos de incienso
respiras ozono
pisando cometas
desmontas el puzzle
los dados del tiempo
reclaman los cielos.

Recitas poemas
quemando odiseas

alimentas quimeras
de ayeres en quiebra
zozobras al blues
destilas tinieblas
de jazz y cenizas.



 Más del autor en: Orlando Santa García

martes, 11 de diciembre de 2012

Espejo de decepciones. Aleqs Garrigóz


El espejo es un cinescopio que proyecta
diarias fotografías de mutilaciones,
angustias y ansiedades rutinarias,
sueños impedidos, máscaras de horror,
ternuras y felicidades frustradas,
gestos crispados y duros,
gélidos ademanes de estatua,
ojos abiertos como insomnes,
labios de piedra que no dicen nada,
manos grises que se alargan…
para apresar el aire que falta.

Nicola Ranaldi
ALEQS GARRIGÓZ (Puerto Vallarta, México 1986). Autor a la fecha de una decena de títulos de poesía.  Premio de Literatura Adalberto Navarro Sánchez 2005, otorgado por la Secretaria de Cultura de Jalisco. Premio de Literatura 2008 de la municipalidad de Guanajuato. Periodista cultural. Ha publicado poemas en diversos medios impresos y electrónicos de México e Hispanoamérica.

Oficio. Vicente Muñoz Álvarez


piénsatelo bien
antes de elegir
este oficio

llegado a cierto punto
no habrá ya
marcha atrás

pasarás todas
las fases
de una cruda adicción

embriaguez
resaca
mono
penuria

y pagarás
a cambio de la escritura
un alto precio

doy fe

ahora

sigue
el camino


lunes, 10 de diciembre de 2012

Poesía en el Ático + Carne de Roble. Sergio Rioja





Me dijiste que no tenía coraje
para ser una persona
que se oponga a la luna.

Me dijiste que era demasiado tarde
para volverte loca
para descifrar runas.

Me dijiste que aquel bosque que apagué
floreció hasta las copas.
Tu acción no quedó nula.

Me dijiste que usase mi propio arte
para ser supernova,
orientarme a la cuna.

Yo te dije que no era el amo de mi carne.
Que ella se dirigía sola
camino de la tumba.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Presa en Libertad. Julen Mateo




Lucía, inmersa en la oscuridad que le proporcionaba el diminuto cuarto de apenas cuatro metros cuadrados exento de ventana, lejos de venirse abajo por lo incómoda de la situación, sonreía en silencio. Ahora, por fin, pese a encontrarse presa, se sabía en libertad. Había puesto fin al doloroso yugo que durante años había venido atormentándole.

Todo había ocurrido demasiado rápido. Apenas cinco horas antes, se encontraba aterrada, en el mismo rincón de costumbre, esperando la brutal paliza que su marido tenía a bien propiciarle tras uno de sus numerosos escarceos nocturnos, donde, por efectos secundarios del alcohol ingerido, transformaba la superficial amabilidad en un ogro de difícil contención. Pero esta vez, postrada en su lugar habitual de tortura, había llevado consigo el cuchillo más grande que tenía en la cocina. Cuando Ernesto, que así se llamaba su marido, se dirigió a ella para regalarle su dosis etílica de trato especial, fue recibido con el filo helado y cortante que, con aire decidido, atravesó su corazón, llevando con ello a una muerte rápida a su agresor.

Con el cuerpo cubierto en sangre situado a sus pies, Lucía llamó a la policía para transmitir su buena noticia. Ella solita había acabado con sus pesadillas de una puñalada mortal. Apenas quince minutos después, esposada, emprendió el camino a los calabozos. Lejos de acompañarse de una angustia por la recientemente adquirida viudedad, una amplia sonrisa se intuía en su cara. Sonrisa que reflejaba la alegría por la libertad adquirida.

viernes, 7 de diciembre de 2012

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