Tenía la mala costumbre de hacer siempre lo correcto, aquello que el corazón le dictaba y la razón le aconsejaba.
Se había pasado los últimos años de su vida construyendo una imagen de sí misma, una imagen fuerte, pero humana, una imagen que le permitía ocultar cada una de sus debilidades, que le permitía salir airosa sin confesar nunca lo más oscuro de su ser.
Había cumplido siempre con todos los compromisos, había contestado a cada una de las llamadas, aconsejando, dando consuelo, sonriendo, trivializando sobre su propia tristeza para no ahogarse en ella.
Hoy no salió a la calle, se encerró en su pequeño cuarto rosado, canceló sus compromisos y se sintió algo culpable por ello, cogió las pastillas del cajón de la mesilla, le temblaron algo las manos, apagó la luz, cayó en la oscuridad de nuevo, se desnudó, y tomó las píldoras antes de entrar en la cama, se escondió entre las sábanas...
Fluyeron entonces todos sus miedos, toda su tristeza, cada una de sus debilidades se escapó, inundando el aire de aquel pequeño cuarto, abrazándola, dándola el consuelo que no se atrevía a buscar en otros brazos...
Las gominolas de los adultos. Beatriz M. Soto
2 comentarios:
me alegra ver aquí a paz justo cuando hace muy poco tiempo que he compartido cartel con ella en un recital colectivo, y haciendo también muy poco tiempo de nuestro encuentro en otra lectura y en otro cartel, adriana, las dos sois de mis orgullos en mi camino en los blogs, me da satisfacción haber leído con vosotras
Felicidades! Todo un avance para tu carrera como escritora-poeta o lo que te propongas!!
Un abrazo
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