lunes, 5 de marzo de 2018

Pantallas. Reve Llyn

Los cines Diana estuvieron abiertos en Logroño entre 1954 y 1994.



Cortan los títulos de crédito y encienden la luz, y me jode, cuánto me jode, que hagan eso. Un interminable pasillo me vomita de nuevo a la realidad. En la calle hace frío. Meto las manos en los bolsillos y mis dedos buscan instintivamente el móvil. Cero mensajes. Cero llamadas. Cero absoluto. Lo desbloqueo cada tres minutos. Una y otra vez me devuelve el mismo aséptico vacío. Me recuerda que nadie se acuerda de mí.

Atravieso la ciudad e imágenes de otros cines, de otras tardes, atraviesan mi memoria. Imágenes con una consistencia más sólida que mi cotidiana monotonía. Largas tardes de domingo. Sesión continua en cines con empolvados cortinones de terciopelo y acomodadores perfumados con Varón Dandy. La Vaca y yo en la última fila del Diana ajenos a la película. Tardes con banda sonora y argumento.


En casa me recibe el mismo vacío plano del móvil pero en tres dimensiones: la Vaca con los ojos pegados al último reality; mi hijo encerrado en su habitación, supongo que viendo porno; y mi hija chateando mentiras con algún desconocido. Pienso en la Vaca. En sus ojos saltones mirándome con admiración en aquel cine. Quizá tienen razón quienes deciden ahorrarse los finales.

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