Ahí estaba. Fumando, apoyado en la pared, sin perder rastro de cualquier curva femenina. Lo recordé pidiéndome apuntes. Los únicos que parecíamos perdidos el primer año de facultad. Siempre sonreía y no formaba parte de ningún grupo en especial, como yo. Y sus ojos de extraterrestre, gatunos e inmensos. Y durante cinco años, nada.
Entramos en la clase, todos estábamos nerviosos. Era una asignatura práctica, de implicación muy personal. Psicoterapia de grupo. Si queríamos ser buenos profesionales teníamos que perder los miedos, las inseguridades. Hoy tocaba representar con el cuerpo lo que para nosotros era una pareja. Consistía en que sale uno al centro, elige a sus "víctimas" y con ellos crea una escultura que simbolice lo que significa para él ese rol. Toda la hora estuvimos mis amigos y yo cruzando los dedos para que no nos nombraran. No se sabía dónde estaba el límite, imagínate que a uno le da por hacer que toques el culo al que tienes enfrente o vete tú a saber… Hasta ahora era muy suavecito, no había roces ni proximidades peligrosas. Entonces salió voluntaria una chica. Le miró, al chico perdido. Se hizo el distraído pero nada, le señaló con una sonrisa. Se levantó y se puso a su lado. Ella seguía su ejecución particular, nos miró una a una eligiendo su víctima femenina. Y lo supe. Voy a salir yo. Lo sé. Laura, me van a sacar a mi, ya verás. No me atrevía ni a levantar la cabeza, y menos hacia él. Mirando al suelo, pensando que así no me verían, me di cuenta de que los zapatos de la muchacha se dirigían en línea recta hacia mí. Mierda, no, no. Y escuché “tú”. Miré, por mero reflejo, y me estaba sonriendo. Salí disparada, mientras ella le decía a él que tenía que sentarse. Cogieron una silla, yo esperaba, veía cómo me miraba toda la clase, las manos se movían solas y clavé en mi cara una media sonrisa de cartón de disimulo que se quedaría más bien, digo yo, en una mueca de pánico contenido. Una vez sentado, ella me dirigió hacia la otra silla, cogió mi cabeza y la apoyó en su hombro, como quien juega al mecano y pone cada pieza en el huequito propio. Sentía los ojos dilatados al máximo, a punto de escaparse de sus órbitas. Y su olor. Un olor como de jabón antiguo. Y la lana de su jersey incrustada en mi cara. Pero ella seguía moviéndose, y colocando nuestros miembros, unos tras otro, y yo con la cara hemipléjica. Su brazo se colocó encima de mis hombros mientras la otra mano acariciaba mi pelo. Y en un último acercamiento desesperado, (cuándo va a acabar esto, pensaba) pegó su mejilla a la mía. Empezó a subirme desde la planta de los pies una especie de angustia atávica, de convulsión inmóvil que me dibujó un sueño con una postura muy parecida, un hombro, una cara, un pelo, un olor exactos. El retumbar eléctrico me hizo levantar de un salto. “No me gusta, mmm, es que no se miran, en una pareja debe haber comunicación”, dije. Como me vio el profesor tan impulsiva y con tanta furia y ansiedad me dejó hacer. Por lo menos no estoy ahí, pensaba. Elegí a mi amiga y a él mismo, aprovechando que estaba en el "escenario". Les puse de frente y a mirarse. Ya está. Sí, no se me ocurrió nada mejor. Los temblores no suelen dejar pensar muy sofisticadamente, que digamos. Ya más tranquila, incomprensiblemente alegre, salimos para irnos a casa, cuando me enteré de que Laura tampoco lo había pasado muy bien. A quién se le ocurre, ponerme a mirar al más guapo de la clase, yo, con mi estrabismo, qué vergüenza. Riendo sin parar, risa nerviosa todavía, oímos que nos llamaban. Era un amigo común que venía con él. Después de cinco años, dos veces en un día.
- Oye, ¿por qué no quedamos para ir al cine este jueves? – Me dijo.
Me encuentro el aparcamiento y el sitio exacto donde me preguntó eso. Me estará esperando en la puerta de la facultad. Me sonreirá y se acercará avergonzado y con media voz me dirá hola. Me entrarán ganas de abrazarlo, de besarlo, pero sólo responderé a su sonrisa y le preguntaré ¿qué haces? Nada, aquí, esperándote. Y... ¿qué hacemos? Me dirá que vayamos a su piso, yo le diré que no, que ya basta, que todos los días no. Sólo tenemos una vida, dentro de poco no podrás hacerlo más. Da igual, vamos al cine, o a una cafetería, o....hay más alternativas, ¿no? ¿Qué pasa, no quieres estar conmigo?...Acababan en su dormitorio, cómo no. Con el edredón de coches de época, el armario abierto de par en par a todas horas, la colonia S3 en la mesa y todo lo demás tirado por el suelo. Encontró un euro entre pelusones, dentro de un zapato un boli,... Un póster de cuatro chicos afeminados metiendo mano a una chica vestida de hombre. Otro de un mar que se cuela por la puerta de una casa. La cama nunca estaba hecha, el polvo servía de alfombra, los zapatos se guardaban debajo de la cama, pares y pares, y la ropa se mostraba como si fuese una exposición en el armario siempre abierto. La cama era más antigua que ellos, y chirriaba que parecía que estaban matando a un cerdo. Una noche decidieron poner el colchón en el suelo. No les fue mal... Se dio con la pata de la mesa en la cabeza, él casi se rompió un dedo del pie al darse una patada con la puerta del armario (siempre abierto), pisaron el cenicero más de diez veces, perdieron como veinte calcetines, medias y otras prendas que, siendo pequeño el cuarto, nunca aparecieron. Quizá se hayan desintegrado en el polvo junto con todos esos días.
Silvia Mª Álvarez es psicóloga de profesión y escritora de afición. Nació en Madrid y ha vivido por toda España, por lo que no ha dejado de sentirse una extranjera en todos lados. Nunca pensó en hacer algo con lo que escribía, así que tiene la habitación repleta de papeles viejos y recuerdos llenos de palabras. Un día, por probar algo nuevo, decidió mover esas letras y colaboró en revistas y proyectos literarios, como "Algarabía", "Escritores en red", "Proyecto Sherezade". Autopublicó un libro de relatos "Relatos para varias cosas" e incluyeron otro en "Atmósferas", una antología de cuentos para la Asociación Vicente Ferrer. Escribe y muestra sus fotografías en su blog "Una vida ajena", http://www.simalme.blogspot.com. Mientras tanto, le está costando una fatiga enorme preparar su próximo error.
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