Había pensado muchas veces en cómo serían esos últimos momentos. Gran parte de la fuerza atrayente que una vez tuvieron sus ojos se había ido perdiendo entre las letras de todos los libros que había logrado encontrar sobre el asunto. Había leído a Dante y a Milton y se sabía de memoria párrafos enteros de la Biblia pero, llegado el momento, parecía no haber nada a lo que agarrarse. Sentía más pánico que dolor, a pesar de tener el pulmón y el corazón atravesados. No temblaba de frío sino de miedo y quería más que nunca a su asesina. Sentía que si ella la soltaba empezaría a subir, despacio, como un globo aerostático con la llama a pleno rendimiento, hacia el cielo encapotado que les cubría. Quería que siguiera abrazándola fuerte porque, además, la presión de sus senos contra ella empezaba a aliviar el dolor. Estaba dejando de moverse. Las convulsiones habían desaparecido. Empezó por no sentir los pies, luego las piernas. Era una sensación semejante a ponerse unas medias, ese cosquilleo agradable que hace que te vayas olvidando de la parte que ya está cubierta. Subió por los muslos, y cuando llegó al sexo sintió el escalofrío más largo de su vida. Los ojos se le inundaban de algo parecido a agua de colores diluyéndose en papel de cocina y un mechón de pelo rubio del flequillo se movía como un péndulo que la invitara a dormirse muy profundamente. Se acordaba de cuando, de pequeña, su madre la abrazaba cada vez que lloraba por alguna tontería infantil justo antes de meterse en la cama. Entonces se sentía segura, dejando caer su cuerpo sobre el de ella y escuchando sus palabras al oído. Igual que ahora.
Ángel L. Miguel Martín:
He nacido, vivido/bebido y escrito siempre en Valladolid, ciudad donde (dicen) se creó COLMO COLECTIVO, del que formo parte y que me permite ir conociendo nuevas realidades y Ficciones que me ayudan a domesticar las neuronas. Sólo he publicado un librito de poemas que se llamó Coloca los cascos y que salió hace unos años en la editorial T.E.E.M.
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