jueves, 17 de diciembre de 2009

Un fragmento de Palahniuk



La idea básica vino de Inglaterra, donde los estudiantes de arte iban a la oficina de correos y se llevaban montones de esas etiquetas baratas para escribir la dirección que te dan gratis. Todas las oficinas tienen montones y montones de esas etiquetas, cada una del tamaño de una mano con los dedos extendidos pero puestos todos juntos. Un tamaño fácil de esconder en la palma de la mano. Las etiquetas tienen en el dorso una lámina de papel de cera que se despega. Debajo de la misma hay una capa de pegamento diseñada para pegarse a cualquier cosa para siempre.

Ese era su verdadero encanto. Los jóvenes artistas —en realidad, se trataba de don nadies— podían sentarse en su estudio y pintar una miniatura perfecta. O esbozar un estudio a carboncillo después de pintar la etiqueta con una capa base de blanco.

Luego, con el adhesivo en la mano, se iban a colgar su propia exposición. En los pubs. En los vagones del tren. En los asientos traseros de los taxis. Y su obra se pasaba más tiempo allí "colgada" del que uno imaginaría.

La oficina de correos hacía los adhesivos con un papel tan barato que nunca se podía despegar. El papel se rompía en jirones y se deshacía en los bordes pero aun así el pegamento no se iba. Y el pegamento crudo, que quedaba todo amarillo y lleno de grumos como si fuera moco, iba cogiendo polvo y humo hasta convertirse en una mancha negra mucho peor que el pequeño cuadrito de facultad de bellas artes que había sido. La gente pensaba que cualquier obra de arte era mejor que aquel feo pegamento que dejaba atrás.

Así pues, la gente dejaba las obras pegadas. En los ascensores y en los cubículos de los lavabos. En los confesionarios de iglesias y en los probadores de los grandes almacenes. En su mayoría, sitios donde no iban mal unos cuantos cuadritos. La mayoría de los pintores se contentaban con que su arte se pudiera ver. Eternamente.


Con todo, si quieres llevar las cosas demasiado lejos, confía en los americanos.



Extraído de:

CHUCK PALAHNIUK.

Fantasmas. Editorial Mondadori.

480 pág. ISBN 84-397-2005-X


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