I. Las fuentes.
Según recientes
investigaciones, llevadas acabo por los sabios de la Academia de
Historia Arqueológica de Francia, el desengaño está casi en la
misma sustancia de la que estamos hechos. Arrojan este sorprendente
resultado, a la luz de ciertos pergaminos hallados en tierras
semitas, que parecen narrar una versión hasta ahora desconocida del
Génesis bíblico. En esta se descubre que aquellos hombres ya
poseían una visión metafórica de la realidad bastante
desencantada.
No nos ha llegado el
nombre del escritor, poeta, profeta o autor de dichos pergaminos, si
bien se puede considerar bastante afortunado el mero hecho de
haberlos encontrado. A continuación y en exclusiva, trasladaré el
contenido de dichos pergaminos, a los que he tenido acceso en mi
última visita a la sede de la Academia en París.
II. Un Génesis muy
diferente.
En la Eternidad sin
tiempo antes de la Creación, nada había más que Dios y su Gloria.
El Infinito era su morada y la única luz que existía estaba en su
Ser.
Entonces decidió dar la
luz al Infinito, y así fue creado el mundo.
Creó a continuación
mares, cielo, estrellas, Sol, nubes y tierra y pobló toda su
extensión de criaturas que le agradaban, y vio que era bueno.
Creado estaba el mundo,
desde las altas montañas y las colinas cubiertas de hierba verde y
musgo hasta el último arroyuelo del último confín, pero vio que
algo faltaba, y así concibió crear al hombre.
Quiso crear al hombre y a
la mujer a su imagen y semejanza, pero pensó que algo estaba mal.
Pensó el buen Dios que un simple paraíso terrenal y una vida
ilimitada no serían suficiente para calmar el dolor que surgiría en
su nueva criatura al verse desprovista de casi todos los poderes y
capacidades de los que el propio Dios gozaba. Viendo que la razón
que iba a implantar en su creación iba a ser un peso excesivo para
su alma y su cuerpo, resolvió que vivirían en el paraíso terrenal,
protegidos de los dolores del mundo exterior, y desprovistos de ojos
y oídos, pudiendo sólo percibir de la manera más primitiva
posible; mediante el tacto, el gusto y el olfato.
Pensó el providente Dios
que bastaría hacer que el hombre se viera inmerso en un mundo de
oscuridad y silencio para que no lo atormentaran horizontes
imposibles de traspasar, ni le causara desdicha alguna el sonido
repetido mañana tras mañana del pájaro cantando al invisible alba,
y así obró en su infinita sabiduría.
Adán y Eva, los dos
primeros seres humanos fueron creados por Dios de su propia materia y
puestos en el Paraíso para que disfrutaran una vida eterna repleta
de dicha.
III. La vida en la
dichosa oscuridad.
Tal y como Dios había
designado, Adán y Eva fueron inmensamente felices en el Paraíso, y
nada conseguía empañar esta dicha. Vivían en un mundo oscuro y
carente de todo sonido, pero con esta carencia, habían ganado una
unión entre ellos, con la naturaleza y con Dios como si aún
siguiesen en su Eterno Regazo. De hecho, eran como niños en el
vientre de su madre. Conocían el tacto y el olor de todas las cosas
buenas del mundo, y eran puros e inocentes, hasta cuando sus manos
tocaban el cuerpo desnudo del otro. Nada había que pudiera hacerles
daño o mal en tal estado, salvo una cosa...
IV. La auténtica
naturaleza del Árbol de la Ciencia.
Con todo, había una cosa
que Dios había ocultado por su bien a Adán y a Eva: el Árbol de la
Ciencia. Para que no pudieran llegar a éste y a sus frutos, lo había
puesto en lo alto de una montaña con un pico casi inaccesible.
Allí, en ese lugar
remoto frío y hostil, se encontraba erguido aquel árbol verde y
frondoso que daba sus frutos ajeno al entorno en el que se hallaba.
Su copa señalaba hacia
lo más alto desde la cima, al hogar de Dios, donde los humanos
tenían prohibido habitar.
Mas un día, el espíritu
que un día se reveló contra el Creador, se apareció a nuestros
primeros padres en forma de corriente de aire, y arrulló en sus
corazones palabras que no conocían y les incitó a seguirlo hasta el
final de la corriente. Así es como paso a paso, se fueron acercando
al árbol sin que ningún obstáculo pudiera impedírselo. Subieron
al final a la montaña, y la corriente se detuvo en el momento en el
que las manos de Eva y Adán se posaron sobre los suaves frutos del
árbol prohibido.
V. El final de la Edad de
Oro.
Nunca llegaron a
plantearse con su inocencia si aquello estaba prohibido, pues sus
corazones eran puros y Dios nunca les había hablado de aquel sitio.
Comieron de los frutos
del árbol como hubieran comido de cualquier otra cosa, y por cierto
que les parecieron deliciosos, pues comieron con fruición aquella
sabrosa carne que nunca antes habían probado.
VI. El principio de la
nueva era.
Tan pronto como
terminaron de comer, el fruto hizo sus efectos. Les salieron ojos en
la cara y orejas en la cabeza. Atónitos y asustados por primera vez
en sus vidas, contemplaron desde la cima de la montaña su feliz
morada, y vieron como el dedo de Dios salía de una nube señalando
al Edén, y como este se transformaba en cuestión de un instante en
un desolado desierto, y el pico de la montaña en la que se hallaban,
en un pedrusco en mitad de la nada.
Oyeron por primera vez la
voz de Dios, que les decía que ya que habían elegido aquel camino,
iban a conocer lo que era el sufrimiento. Ahora se sentirían
afligidos por los sentidos, y la muerte estaría presente en sus
vidas, que tendrían que ganarse con esfuerzo y dolor.
Atribulados, con pena en
el corazón, con el recuerdo del Paraíso aún presente, y con un
futuro tan incierto como el horizonte que ahora podían ver,
empezaron a andar cabizbajos a buscar el primer sustento y el primer
cobijo de sus vidas. La dicha y el reposo de la oscuridad y el
silencio ya sólo se encontraría en sus sueños. Ya nada sería lo
mismo, lo perdido jamás se podría recuperar, y sólo quedaba como
opción tratar de emular con ingenio la dicha que un día les
perteneció. El desengaño y las ganas de burlar a la muerte y al
dolor serían ya su herencia para siempre.
Tras el pseudónimo Erebus, se parapeta Marco Portillo, burgalés licenciado en filosofía sin título, misántropo universal atrincherado a muerte en su casa, escritor a ratos y colaborador ocasional de esta humilde manque enjundiosa fanzine.
1 comentario:
¡Muy interesante el concepto de que Adán y Eva eran originalmente ciegos y sordos!
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