Asomé la cabeza por la ventana a un mundo extraño. Nadie me conocía ni reparaba en mi existencia, y los peores eran alabados por los humildes. Me desperté y era un día cálido y soleado, como en una película americana de padre, madre y dos hijos. Había personas felices saludándose en las aceras, y por la calzada sólo circulaba un monovolumen. Sólo uno cada vez que miraba, con un ama de casa feliz comprobando el espejo retrovisor. Salí a la calle moviéndome a través de aquel aire denso como la mostaza, y al cruzar por detrás del monovolumen, frenó. Aquella mujer y yo nos miramos a los ojos a través del reflejo. Me reconoció como un fragmento de la infancia, una canica sucia con la superficie rayada, sacudió su cabeza y siguió conduciendo con una sonrisa.
Yo miraba todo a cámara lenta, incapaz de hablar, incapaz de gritar por pura impotencia. Seco, como miles de granos de arena esperando ser barridos. Vi alejarse el mundo hacia el futuro, sabiendo que había seguido girando sin mí mientras yo sólo dormía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario