jueves, 11 de septiembre de 2014

El futuro, Bukowski, Factótum y yo. José Manuel Vara


Un relato futurista de J.M.Vara


Sí, lo soy. Un cobarde es un hombre capaz de prever el futuro. Un valiente es casi siempre un hombre sin imaginación”
Charles Bukowski




Al final, llegó el futuro. Nadie pareció percatarse de ello. Todos estábamos inmersos en la nube tecnológica que compañías como Microsoft habían creado a medida de nuestras necesidades más dependientes y consumistas. Pero, a pesar de nuestra ignorancia, el futuro había llegado sin avisar, para quedarse y arraigar entre nosotros. El futuro, de hecho, ya era parte de nuestro presente y, sin duda, sería el último futuro que nos plantearíamos. De hecho, nadie hablaba de él en los medios y si no hablaban de algo en los medios, es que ese algo no existía. La vida había devenido en algo atemporal y específicamente virtual. Además, la revolución en las aplicaciones más descargadas para móviles, tablets y ordenadores era la llamada “Regreso al Pasado Personalizado” (RPP). Elegías año, música, vestuario, acontecimientos históricos relevantes del año, mes y día seleccionado y te convertías en un observador virtual de ese fragmento temporal de la historia de la humanidad reciente (se limitaba a una simulación a 135 años atrás en el tiempo). Es decir, el futuro ya no interesaba a nadie, sobre todo, desde que se descubrió que parte de las teorías conspirativas de los 90 eran reales, tal como la farsa de la llamada carrera espacial auspiciada por la NASA, que ahora se había reconvertido en parque temático de atracciones. El futuro prometido por los gobiernos y mostrado en películas de ciencia ficción hasta la saciedad había resultado ser una grande y patética falacia global.
El futuro no era relevante.
Yo, en estos precisos instantes, estaba sentado al lado de Bukowski, en una pensión de mala muerte mientras escribía su novela Factótum. No parecía importarle mucho mi presencia. Él seguía a lo suyo, escribiendo, fumando y bebiendo el vino con el que le había obsequiado al llegar a su maloliente habitáculo. Supongo que esa muestra de generosidad era la que había permitido que el escritor aceptara mi compañía. La aplicación de mi móvil funcionaba perfectamente, de eso no cabía la menor duda. Todo era aparentemente real. No defraudaba lo más mínimo.
Le dije a Bukowski que un día sería un escritor de fama internacional y que sólo bebería licores de marca. Él me miró y me sonrió. Me susurró un: “lo sé, hijo, lo sé”. Luego, cogió la botella, bebió un largo trago de vino y, mirándome inexpresivo, añadió: “yo hace años estuve en el futuro”. Luego, siguió a lo suyo, escribiendo, bebiendo y dejando escapar un sonoro pedo de vez en cuando.




FIN

5/09/2014 

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