Un
relato futurista de J.M.Vara
“Sí,
lo soy. Un cobarde es un hombre capaz de prever el futuro. Un
valiente es casi siempre un hombre sin imaginación”
Charles
Bukowski
Al
final, llegó el futuro. Nadie pareció percatarse de ello. Todos
estábamos inmersos en la nube tecnológica que compañías como
Microsoft habían creado a medida de nuestras necesidades más
dependientes y consumistas. Pero, a pesar de nuestra ignorancia, el
futuro había llegado sin avisar, para quedarse y arraigar entre
nosotros. El futuro, de hecho, ya era parte de nuestro presente y,
sin duda, sería el último futuro que nos plantearíamos. De hecho,
nadie hablaba de él en los medios y si no hablaban de algo en los
medios, es que ese algo no existía. La vida había devenido en algo
atemporal y específicamente virtual. Además, la revolución en las
aplicaciones más descargadas para móviles, tablets y ordenadores
era la llamada “Regreso
al Pasado Personalizado” (RPP). Elegías
año, música, vestuario, acontecimientos históricos relevantes del
año, mes y día seleccionado y te convertías en un observador
virtual de ese fragmento temporal de la historia de la humanidad
reciente (se limitaba a una simulación a 135 años atrás en el
tiempo). Es decir, el futuro ya no interesaba a nadie, sobre todo,
desde que se descubrió que parte de las teorías conspirativas de
los 90 eran reales, tal como la farsa de la llamada carrera
espacial auspiciada
por la NASA,
que
ahora se había reconvertido en parque temático de atracciones. El
futuro prometido por los gobiernos y mostrado en películas de
ciencia ficción hasta la saciedad había resultado ser una grande y
patética falacia global.
El
futuro no era relevante.
Yo,
en estos precisos instantes, estaba sentado al lado de Bukowski, en
una pensión de mala muerte mientras escribía su novela Factótum.
No parecía importarle mucho mi presencia. Él seguía a lo suyo,
escribiendo, fumando y bebiendo el vino con el que le había
obsequiado al llegar a su maloliente habitáculo. Supongo que esa
muestra de generosidad era la que había permitido que el escritor
aceptara mi compañía. La aplicación de mi móvil funcionaba
perfectamente, de eso no cabía la menor duda. Todo era aparentemente
real. No defraudaba lo más mínimo.
Le
dije a Bukowski que un día sería un escritor de fama internacional
y que sólo bebería licores de marca. Él me miró y me sonrió. Me
susurró un: “lo sé, hijo, lo sé”. Luego, cogió la botella,
bebió un largo trago de vino y, mirándome inexpresivo, añadió:
“yo hace años estuve en el futuro”. Luego, siguió a lo suyo,
escribiendo, bebiendo y dejando escapar un sonoro pedo de vez en
cuando.
FIN
5/09/2014
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