Mi forma de vida es absurda: la naturaleza me dio intelecto, pero me privó de cualquier medio de comunicación. Me gustaría saber qué tipo de cuerpo tengo. No sé si soy tan grande como un planeta o tan minúsculo como una partícula. A veces necesito moverme, pero esa necesidad es acto autocumplido, no interviene ningún deseo ni alivio al concluir. Tampoco tengo forma de medir el tiempo. Como volutas, como remolinos de pensamiento en los que entro y salgo; eso es una jornada para mí, aunque la luz no signifique nada.
Llego a un pacto conmigo
mismo: te cambio la sensación por el intelecto, ya estoy harto de tanta digresión.
Se abre una ranura. Lo
cálido y lo frío se separan. Un pitido me taladra los oídos. Humedad y
aspereza, dolor y suavidad se intercalan con estertores que cercenan
pensamientos inútiles. El doctor me agarra de las piernas. Me azota. Con la
primera espiración digo adiós a todas las palabras que una vez me acompañaron.
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