jueves, 2 de abril de 2020

Memorias de África. Rubén Lapuente Berriatúa




del diario de una soldado de la edad dorada



Sedado pero lúcido
puedo imaginarme estar
bajo su piel macilenta
oyéndole el trote lejano
que se acerca sin ritmo.
Me lo balbucea 
a la cabecera de la cama
adonde acudo al oír
el grito de soledad
que me lanza su campanilla:

No he sido nunca una persona llana.
No he sabido fingir.    
He menospreciado a quien
no compartía mis emociones:
El álgebra, la música, la astronomía…
Nunca he hablado por hablar.
Y ahora que llega
ese afilado runrún sin melodía
voy a ser el mismo
que ha vivido siempre solo
pero fiel conmigo.
No me arrepiento de nada.

Eh Santiago…
¿Y si le ponemos música
a ese zumbido?
¿Y si viniera mi pequeño Mozart,
aquí, con su clarinete y la partitura
de tu enamorado adagio:
el de Memorias de África ?

Medio vestido para el concierto
puedo imaginarme estar
bajo ese traje con babuchas
sedado pero lúcido
mientras la caña de mi hijo busca
su frescura y el aire
su vericueto en el ébano…
Y Mozart vuela
con ojos de tierra
sobre la sabana de su memoria
sobre la estampida
de una alimaña voraz
que de pronto…
(lo noto en su rostro)
enmudece e interrumpe
por un adagio
su devastador viaje.
                 



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