Año 1996. En España florece una nueva moda musical y social. Los pastilleros se multiplican cada noche. La química experimenta con jóvenes conejillos de indias. Fito, un vasco gordito y tranquilo, descubre el speed. Metanfetamina: un estimulante sintético que provoca insomnio y anula el apetito. Nos metemos en el servicio de un garito del centro de Valladolid y candamos la puerta. Vuelca la bolsa y hace un rulo con un billete de cinco mil. Somos jóvenes y osados. No te preocupes. Son drogas de fin de semana.
Año 2006. La moda bakaladera ha perdido tirón. Los primeros efectos secundarios hacen su aparición en los consumidores pioneros. Fito, delgado, con las pupilas constantemente dilatadas y lleno de tics nerviosos, sigue consumiendo speed. Ya no se mete rayas. Los vascos no esnifamos, me dice, nos lo comemos a paladas. Me ofrece un tiro. Lo rechazo. Soy demasiado viejo para consumir drogas-basura. Una amiga me pregunta qué le ocurre a mi colega, por qué tiene tantos tics. Le digo que está enganchado al speed desde hace 10 años, que visita regularmente al neurólogo, que sólo duerme de martes a jueves. Ella lo mira con lástima. Pero no te preocupes, le digo, son drogas de fin de semana.
Mario Crespo
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