sábado, 20 de marzo de 2010

Delirium Insomne. Enrique García

El buitre sostiene un reloj de bolsillo en una garra. Mira el reloj y después me mira a mí.

El rostro de mi padre me observa desde el retrato en la pared con gesto reprobatorio.

El aullido de las sirenas, las alarmas de los coches, la campana del reloj, el silbido de la tetera, el despertador, el griterío de los niños a la entrada del colegio (a las cuatro de la mañana de un tórrido mes de Julio), el violinista, el puto violinista.

Todos los perros de la ciudad se han confabulado esta noche para aullar al unísono; los grillos les corean.

La mancha del techo ha vuelto a cambiar de forma: hoy es un dios desconocido.

Niños muertos debajo de la cama, macilentos, pálidos. Sus inexpresivos ojos vidriosos también me miran.

El violín... el maldito violinista que toca una y otra vez la misma melodía fúnebre que me recuerda a Bach.


Dado todo por perdido me levanto de la cama, abro el armario y saco el fusil, lo cargo con un cartucho blanco y rojo, apoyo el culatín en mi hombro, acerco la cara y fijo al violinista en el punto de mira. El disparo retruena en la estancia, el retroceso de la descarga me hace tambalear y el fogonazo me ciega momentáneamente; es igual: nadie ve ni oye. Arrojo el arma a un lado al tiempo que veo al músico llevarse la mano al pecho, horrorizado. Me dirige una mirada triste de incomprensión. Trece pisos antes de caer sobre un coche reventando las lunas en un estrépito que se disipa pronto en el oscuro silencio. Aún sostiene el violín en la mano izquierda y el arco en la derecha.

El gato, desde la penumbra de un rincón, me mira y sonríe. Cuando aparto la vista del felino advierto consternado que el cuerpo del violinista ya no está sobre el coche y que este está intacto.

La niña se columpia en el parque, su cabello rubio y el vestido blanco se bambolean al compás del vaivén. Ella no me mira: sus ojos son sombras.


El gato continúa observándome y, sonriendo, me guiña un ojo. Esta noche al menos dormiré... o no.

Una tableta de Lexatín reposa sobre la cómoda.


Enrique García
Las Palmas de Gran Canaria, 2009

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